Los dolores del alma no dejan
recados, imprimen una sentencia que perdura por años.
Un amor que acabó mal, un empleo
que se perdió inexplicablemente; un casamiento que comenzó mal y ya terminó;
una amistad que acabó con traición…
Todo va dejando señas, marcas
profundas.
Necesitamos trabajar los dolores
del alma, para que sirvan solo de aprendizaje, extrayendo de ellos la capacidad
de fortalecernos; aprendiendo que lo mejor de nosotros, aún está en nosotros
mismos.
Aprendiendo que amándonos
incondicionalmente descubrimos la autoestima.
Teniendo en cuenta que si
seguimos por el camino del dolor y la lamentación, nos iremos de bruces directo
al camino de la depresión.
Los dolores del alma no se van en
un día y no cambian de un momento a otro; y solo quien los siente puede avalar
el estrago que ellos causan.
Entonces… ámate para amar y ser
verdaderamente amado.
Sonríe para que el mundo sea más
gentil.
Aplícate para que tus fallas sean
pequeñas.
No te compares… ¡eres único!.
Repara en las pequeñas cosas, y
ten más cuidado con las grandes, que a veces están justo delante de nuestras
narices y no las observamos.
Sueña, pues el sueño es el
combustible de la realización.
Ten amigos y sé el mejor amigo de
todos.
Siente en tu pecho y cree en tu
poder de seducción.
Estimúlate y contagia al mundo
con lo mejor de ti.
Cree en Dios, pues sin Él no hay
razón en nada.
Y ten siempre la absoluta certeza
de que después de la fuerte tempestad, el arcoiris va surgir y el sol va a
brillar nuevamente.