El amor verdadero es armonioso, cuando impulsa a aceptar y a perdonar y el fracaso en el amor es la oportunidad de aprender qué es el amor.
El único que no puede amar es el que tampoco se quiere a si mismo, porque es fundamental haber aceptado la propia identidad, o sea, haber desarrollado un sentimiento de mismidad personal y estar conforme con uno mismo.
Para Ericsson, este proceso se realiza en la adolescencia, durante la cual se logra la diferenciación entre el yo y no yo, mediante la integración de las experiencias pasadas y la elaboración de un proyecto de vida personal, subordinado a la sexualidad; y aceptando e incorporando los cambios corporales como parte de uno mismo.
Un amor correspondido es gratificante para los dos integrantes de la pareja y es lo que anhelamos todos, porque proporciona serenidad, estimula la generosidad y el amor hacia los demás y nos hace mejores personas.
Las fallas de carácter atentan contra las relaciones personales, además de endurecer la expresión del rostro, oscurecer la mirada y alterar la armonía de los rasgos, aún de los más perfectos.
En cambio, el buen carácter, afable y tranquilo, la paciencia y el respeto por el otros son cualidades que no tienen edad y que trascienden el cuerpo físico.
En el amor es importante no perder la individualidad y tener vida propia, porque una relación exclusiva con una pareja, a la larga provoca saturación, aburre y cansa.
Cuando la pareja se desmorona, por lo general, uno de ellos ya no tolera más la situación y es el que te atreve a patear el tablero.
En esos casos, lo mejor es que la otra parte lo acepte y no se aferre, porque permitir al otro estallar y tomar una decisión drástica a veces puede ser la única forma posible de recuperarlo.
La armonía de a dos es posible si se cumple con determinadas condiciones que se consideran factores importantes de cohesión en una pareja:
cuando hay entendimiento sexual,
cuando existe cierto nivel importante de compatibilidad de caracteres,
cuando ambos comparten los mismos valores y tienen un proyecto de vida común en el cual ambos también puedan cumplir sus propios objetivos individuales; porque sólo se puede hacer feliz a otro cuando se es feliz.
Cuando una pareja es armónica, esa relación contribuye al crecimiento individual de los dos, porque se convierte en el ámbito más eficaz para desarrollar el potencial y madurar como personas siempre que el otro esté incluido en la toma de decisiones.
Cuando la pareja es infeliz es necesario analizar la parte de responsabilidad que le compete a cada uno en tal situación, porque el problema no es individual sino que lo que está fallando es la forma de relación y ambos son responsables.
Cuando no hay solución posible y la separación es inevitable, ese fracaso se convierte en la oportunidad de aprender a elegir mejor a la eventual futura pareja sin dejarse llevar por enamoramientos ocasionales.
Sin embargo, antes de dar por terminada una relación lo mejor es pensarlo bien y no tomar decisiones apresuradas, ni actuar movidos por los impulsos.
Muchas parejas han podido renovarse y fortalecer su relación después de una crisis profunda; porque las crisis son las que obligan a cuestionarse y a cambiar, cuando se han establecido patrones de comportamiento que desgastan el vínculo.
Las crisis pueden ser terminales pero también pueden convertirse en el nuevo impulso que a ambos los obligue a cambiar aspectos no armónicos de sus caracteres.