El síndrome de la mujer maravilla
Extracto de la conferencia La madre trabajadora: ¿doble carga, o realización personal?, en el Congreso La mujer: entre la familia y el trabajo,
Roma, 8 de marzo de 2002
Sin conocer opiniones de otras mujeres, escribí hace ya unos años sobre el síndrome de la mujer maravilla, que me aquejaba –y aqueja aún– a mí y a tantas otras. No quiere decir que lo logremos; simplemente quiere decir que lo sufrimos. Otros autores han dado a este fenómeno nombres similares, pero la figura es la misma: una mujer que va de fuerte, casi omnipotente, que trata de hacer todo bien y no siempre lo logra. La mujer ha transitado muchos caminos, ha superado muchos escollos, le quedan todavía muchos más, y con el fin de superar el prejuicio acerca de las capacidades femeninas surge un nuevo mito, el de la omnipotente mujer maravilla.
En realidad, si bien mucho se ha hablado de la riqueza de una vida variada y la importancia de la calidad sobre la cantidad de tiempo que se dedica a los hijos, es muy difícil compatibilizar los diferentes roles de la mujer profesional que quiere realizar una verdadera carrera. Y, parafraseando a Almodóvar, muchas están al borde de un ataque de nervios, o a punto de morir en el intento.
Una madre que trabaja dejará más libres a sus hijos y ellos crecerán más y mejor, pero es muy difícil lograr el equilibrio entre un desarrollo personal y profesional adecuado y un buen desempeño como madre.
He aquí algunos síntomas del síndrome de la mujer maravilla. Ella es:
- Perfeccionista, por lo que será la empleada perfecta, sin dejar por ello de ser una mujer hermosa, una buena hija, una buena esposa, una buena madre y una buena amiga de sus amigos.
- Es tan impaciente e irritable como el varón perfeccionista, pero, por desgracia, tiene menos tiempo y más tareas por las cuales irritarse.
- Compite con sus compañeros de trabajo, y también con otras madres y esposas.
l Proyecta dar una cena en su casa al día siguiente de la presentación de su informe trimestral a la junta directiva, pues no quiere restar prioridad a ninguno de los roles.
Todo esto, da como resultado un enorme estrés en la mujer maravilla, que tiene su vida montada sobre un esquema de gran esfuerzo y sobrecarga.
Estrategias
Son madres que, tal vez mucho más que otras y, como quizás diría un psicoanalista, por un mecanismo de culpa, tienen una mayor dedicación en calidad de tiempo a sus hijos y a su hogar. Debemos sumarle a ello el estilo que la mujer iberoamericana tiene en la relación con sus hijos y con sus varones en general, del cual, nuestra mujer maravilla no puede abstraerse, por ser un mandato cultural con el cual ha nacido y se ha criado. Así, luego de una agotadora jornada de trabajo y con una sonrisa, ayudará después de la cena a un hijo con la carpeta de plástico y dejará preparada para otro la guía escrita para que estudie matemáticas al día siguiente, antes de que ella llegue de otra –por qué no– agotadora jornada de trabajo. ¿Cómo lo hizo? Generalmente, restándole horas al sueño y a ella misma. Esto implica –necesariamente– una mayor cuota de estrés. ¿Alguien pudo hacerlo por ella? Seguramente sí, pero, según ella, nadie puede reemplazarla eficazmente.
La suma de los diferentes papeles descritos trae aparejado este nuevo fenómeno en la mujer, que hasta no hace mucho sólo se creía masculino. La mujer tratando de cumplir a la perfección todos los roles y que intenta ser la mujer maravilla sufre más estrés que el varón. Para los especialistas, la mujer, en su intento de repartirse entre su actividad profesional y sus funciones tradicionales, está sujeta a tres veces más estrés que el varón.
El estrés en la mujer puede tener como síntomas: fatiga, dolores erráticos en el cuerpo, trastornos de sueño, de alimentación, dificultad para concentrarse, sensación de agotamiento, tristeza, estado permanente de aceleración, ansiedad, desvalorización e infertilidad, entre otros.
Las estrategias para combatirlo suelen ser en equipo: compartir responsabilidades con el esposo y los hijos, con un beneficio secundario para todo el grupo familiar, que descubre que pueden compartir cosas que antes eran sólo patrimonio femenino. Esto implica compartir, delegar responsabilidades y desconectarse de las obligaciones, alejándose de modelos establecidos muy exigentes.
Una madre que trabaja no debe intentar copiar el propio modelo materno de cuando su madre no trabajaba fuera del hogar. Esto, que parece una observación obvia, no lo es cuando intentamos analizar en profundidad nuestros comportamientos. Muchas de nosotras intentamos hacer todo lo que ellas hacían, además de cumplir con las nuevas funciones.
¿Por qué síndrome? Porque, en general, la mujer que trabaja se propone hacer todo bien, y muchas veces mejor, que si tuviera a su cargo un solo papel. Y la única forma de resolver ese dilema es siendo la mujer maravilla.
Estos comentarios no abren un juicio sobre los varones, sino que sólo indican cómo funciona la distribución de roles en nuestra sociedad. La tendencia es a que, en las parejas más jóvenes y en las de clase trabajadora, el varón apoye mucho a la mujer en la crianza de los niños y en las tareas domésticas en general. En algunos casos, la tarea es compartida por igual. En el caso de las profesionales o ejecutivas esto es más difícil, simplemente porque el esposo está, también, muy ocupado. Pero no desesperemos, los jóvenes tienen otra idea sobre el rol de la mujer, es cierto que no todos, pero al menos algunos. Esto ya es mejor que cuando nosotros éramos de veinte, donde un varón compañero era una verdadera rareza.
Martha Alicia Alles