¿Podemos mantener la calma en los momentos difíciles? ¿Somos capaces de permanecer serenos cuando nos agraden? ¿Es posible no reaccionar con violencia y reflexionar antes de actuar?
Cristophe André, médico psiquiatra y psicoterapeuta, autor de libros científicos y de divulgación científica vendidos en gran parte del mundo, cree que sí; y afirma que tener o no tener serenidad no es sólo una condición genética sino que también se puede aprender.
La serenidad es un estado de ánimo que hay que construir y que surge como resultado de determinados esfuerzos.
Sin duda viviríamos en un mundo mejor si fuéramos capaces de controlar los impulsos; las relaciones personales serían más estables y duraderas, la gente reflexionaría más porque no se dejaría llevar por las pasiones ni por influencias externas, disminuiría la tensión en el ambiente, no habría razón para estar preocupado, aumentaría la concentración mental y la paciencia, y todos seríamos más libres y compasivos.
La violencia siempre está dirigida inconscientemente hacia uno mismo, cuando no tenemos paz interior y se proyectan hacia afuera las propias frustraciones.
Las frustraciones se relacionan con las expectativas, pero no con todo aquello que esperamos de nosotros mismos sino con lo que esperan los demás de nosotros.
La inquietud interior y la disconformidad nos vuelven agresivos y no nos permiten vivir cada instante como si fuera el último, sin sembrarle la sombra de los resentimientos del pasado.
El hacer ha reemplazado al Ser, o sea que la acción ha anulado la contemplación y somos incapaces de disfrutar de las experiencias porque no podemos parar.
No se trata de sentarnos a meditar en el silencio de la soledad, sino de aprovechar para estar con nosotros mismos durante los momentos vacíos de acción, o sea en los intervalos de tiempo que nos depara nuestra actividad, sin apresurarnos a utilizar el celular, ni ponernos a escuchar música, ni dedicarle esos minutos a la lectura.
Parar para conectarse con el si mismo es la primera regla de la práctica de la serenidad, sentir que estamos vivos, identificar el estado de ánimo y tomar conciencia de los pensamientos que ocupan la mente.
Otra de las reglas importantes es aceptar las emociones y atreverse a observarlas para detectar qué parte del cuerpo se asocia con ellas.
Estas prácticas aumentan el conocimiento de uno mismo y nos ayudan a ver la relación entre el cuerpo y la mente.
Los estados de ánimo son el resultado de cómo elaboramos las emociones, por eso es importante saber cómo las experimentamos, sin son ellas las que nos dominan a nosotros o si somos nosotros los que las controlamos.
Al margen de nuestro estado de ánimo, los acontecimientos ocurren igual a nuestro alrededor y perder el control de las emociones no nos permite actuar en forma reflexiva para hacer lo mejor.
Lograr el equilibrio emocional es posible si evitamos preocuparnos por cosas que aún no han sucedido; si le damos más importancia a las cosas de la que tienen; si nos empeñamos en mantener el control y no aceptamos las cosas como son; si aceptamos que no somos perfectos, si podemos vivir en la incertidumbre con confianza, si aceptamos que los problemas son desafíos, no obstáculos, si reconocemos que estamos en este mundo de paso y que todos algún día tendremos que abandonarlo.
Fuente: “El aprendizaje de la serenidad, Cristophe André, Ed.Kairós.
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