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La crónica diaria nos revela hoy, que un adolescente de catorce años, después de una larga cadena delictiva le prendió fuego a un niño.

Tiene en su haber 56 entradas a la comisaría de la zona por distintos delitos bastante graves, pero como no se puede procesar a un menor, al poco tiempo sale en libertad y continúa delinquiendo.

Este precoz delincuente vive con su madre y un tío en la zona de Bajo Flores, un barrio que registra un alto índice de delincuencia.

Estos niños provienen de familias disfuncionales donde generalmente son sometidos a malos tratos tanto físicos como psicológicos y también a abusos, hasta que se convierten en personas altamente peligrosas, resentidas y violentas.

Este caso es sólo uno de tantos similares que existen, que cuando logran agruparse forman bandas que accionan con toda impunidad potenciando su nivel de peligrosidad.

Me pregunto si estos seres humanos tienen alguna oportunidad de salir de esa situación, si quisieran cambiar de vida, y creo que no la tienen.

Una experiencia que hicieron cuatro millonarios en los Estados Unidos, que estaban convencidos que los indigentes eran solamente unos vagos, les demostró que cuando no se tiene nada, es prácticamente imposible en ese país salir de esa situación y conseguir un trabajo sin ayuda, aún siendo personas capacitadas. Se convirtieron durante una semana en vagabundos, sucios y mal vestidos y se dieron cuenta que les resultaba imposible no solo salir de esa situación precaria sino que también tenían dificultades para acceder a los sanitarios de los lugares públicos.

En nuestro país, es común que las madres de estos niños delincuentes estén solas o con algún compañero ocasional que comparte el techo pero no la responsabilidad y que no es raro que abusen de sus hijos.

Sin embargo, a pesar de este cuadro familiar, una madre puede hacer mucho por ellos, aunque tenga la obligación de trabajar y estar ausente muchas horas.

Como primera medida es necesario tratar de bajar el clima de tensión en el hogar, porque ningún niño está dispuesto a escuchar o aprender algo en un ambiente cargado de hostilidad, donde hay peleas, gritos y violencia.

Es cierto que no es fácil permanecer calmo cuando las necesidades superan la capacidad de tolerancia, pero si se desea ayudar a los hijos es necesario que en el hogar todos recuperen la calma y el equilibrio y que se termine con los golpes y los abusos.

Recién después se podrá lograr iniciar un diálogo y escucharse mutuamente para conocer las necesidades de cada uno, para tratar de eliminar o cambiar las situaciones que los perturban y poner las reglas, porque los chicos que no tienen que cumplir reglas en el hogar tampoco respetan las leyes.

Pedir ayuda a las instituciones escolares o sanitarias de la zona puede ser una opción valiosa que aliviará la carga y proporcionará la oportunidad de identificaciones positivas, contención individual y familiar.

Porque no siempre las cosas se arreglan con dinero o cosas materiales, porque la enfermedad social es más un problema de convivencia, de comunicación y de relación, que se agrava por las condiciones de pobreza.

Los padres de esos niños también suelen ser personas inmaduras que arrastran condiciones familiares parecidas, traumas infantiles y carencias profundas; y los embarazos pueden ser indeseados y a veces producto de la violencia, por violaciones o en estado de ebriedad.

Es necesario mejorar las condiciones de vida de estas personas en riesgo y capacitarlas para el trabajo, para que puedan tener la oportunidad de brindar una educación a sus hijos y vivir dignamente.

Un niño no necesita mucho para sobrevivir sano y feliz si tiene una madre que lo amamanta y lo cuida con amor desde su nacimiento y un padre capaz de cumplir con su rol de protección y mantención.