SOY UN ÁRBOL
Soy ese árbol que está en el pequeño jardín, en el cruce de la calle. Nací hace tiempo y no me cortaron cuando se edificó alrededor porque ya era un árbol crecido, alguien me amó. Soy alto, estilizado, de hoja perenne, por lo tanto, siempre estoy verde. Mis hojas no se marchitan, ni las pierdo, no muestro el color del otoño, no me desnudo en invierno. La escarcha y la nieve se adhieren a mis ramas como una nívea película que me adorna con su envoltura. Siento el frío en mi corteza, los vientos huracanados doblegan mi tronco pero nunca me vencen, juego con la tormenta a ver quien puede más y me río cuando me elevo. Es el recreo de la naturaleza, danza entre la lluvia… Durante el verano, me vuelvo casi humano porque siento al hombre más cercano a mí. Se acomoda bajo mi copa para aprovechar mi sombra, me acaricia, le sirvo, es el momento en el que sabe de mi existencia, luego, en invierno, se olvida. A lo más, admira mis hojas cubiertas por los copos de nieve, se ríe de los carámbanos que penden de mis ramas, se acomoda la bufanda, el gorro, los guantes y sigue rápido su camino…, pasa de largo. La sangre de mis venas, esa savia semejante a la de los hombres que corre desde mis raíces hasta el último extremo de la hoja más elevada, me da la vida, entonces es cuando siento con más fuerza todo lo que soy, todo aquello de lo que formo parte. Soy un ser vivo, tal como cuanto me rodea. Siento la energía que me une a la totalidad de las cosas; a la hierba del jardín donde crezco, al hombre que se arrima a mí en verano y cruza rápido por mi lado en invierno, a las piedras, a las casas, al ambiente, al cielo, a las nubes, a la lluvia vivificante, al sol que intenta marchitarme pero también me proporciona calor y vitalidad, a la tormenta avasalladora, a la luz, a la sombra…, a la fuente de energía incomprendida. Entre mis hojas verdes hay vida exuberante sólo percibida por mí. Insectos, aves que usan mis ramas escondidas para formar sus nidos… Es entonces cuando me siento más útil, más unido a esa extraña energía universal. Sirvo como soporte de nuevas vidas; entre el escondite de mi verdor, se procrea, se nace, se vive y, algunas veces, también se muere. Es el ciclo de la vida y yo, con mi larga historia de años, de lustros, la contemplo asombrado. Formo parte de ella, de todo lo viviente, soy importante, me quiero, me admiro porque pertenezco a una fracción de esa creación inverosímil y hermosa tan enigmática. Ayudo a que todo fructifique, a dar hermosura, a calmar la fatiga, a refrescar, a ayudar, a crear vida. Soy longevo, y tardaré en morir, pasará mucho tiempo…, me contemplarán muchas generaciones y yo les abrazaré con mis ramas y mi sombra, soy uno más en la creación absoluta. Lo sé. Soy un árbol… -------------
El ruido de la sierra ensordeció el ambiente. Se acercó al árbol de la mano del hombre, arrimó la hoja dentada al tronco y se puso en funcionamiento. Cuando el árbol cayó tronchado sobre el suelo con toda su fuerza, de su troncó brotó una humedad…, su savia…, su sangre… Nadie prestó atención, nadie comprendió…, eran las lágrimas de un árbol… muerto.
– MAGDA R. MARTÍN-
|