Hacer el amor sigue siendo un tema urticante que continúa inquietando tanto al hombre como a la mujer desde siempre.
En Occidente, el sexo se ha convertido en un producto de consumo para el hombre y la base de este interés es el fracaso.
Conseguir una pareja heterosexual con quien llevarse bien ya es todo un logro, pero luego mantenerla se hace aún más difícil si falla el sexo, porque aunque sea una función instintiva, la sexualidad humana es aún un enigma que encubre muchos misterios.
Lo desconocido es lo que suscita el interés del hombre, lo oculto, lo que no se le revela espontáneamente, saber cómo hacen los otros lo que no logra hacer él y tener la ilusión de llegar a sentirse igual haciendo lo mismo.
El hombre siempre tuvo curiosidad para lograr revelar el misterio, encontrar la forma de dominar alguna destreza, derribar las barreras de la represión y no perderse experiencias que cree que ignora.
La experiencia clínica demuestra que la mayor parte de los que consultan con un psicólogo tienen problemas con el sexo, principalmente las mujeres que son las que se atreven de hablar de su intimidad y sus problemas sexuales.
Ellos prefieren no hablar ni cuestionarse, quieren creer que todo está bien, aún cuando sospechen que están en un barco que hace agua.
Muchas mujeres, más de las imaginadas, fingen que disfrutan del sexo con sus parejas, porque se sienten culpables de no reaccionar como ellos, al toque y entonces se conforman con las miguitas cuando hacen el amor y se pierden el postre.
Pero toda esa energía que no se canalizó adecuadamente, luego sale a borbotones en la vida cotidiana y entonces se muestran tensas, discuten, se pelean, porque hay un hueco en la relación del que ninguno de los dos habla, por donde se está escurriendo el vínculo.
En Asia, es diferente, las mujeres no son posesivas y aunque son obligadas a asumir un rol de sumisión, aceptan la poligamia y el sexo se vive diferente.
En esa parte del planeta la gente no tiene tanto apuro ni está presionada para obtener resultados. Tienen una filosofía que propone dejarse llevar por los acontecimientos, disfrutar de los procesos y no tener expectativas, porque al final todo está escrito.
La vida por lo tanto no es tan acelerada; la gente le puede brindar al sexo la importancia que tiene y el tiempo necesario y puede disfrutar del proceso sin pensar en los resultados.
En Occidente todos corren todo el día para poder competir en una carrera contra el reloj hasta quedar exhaustos y cuando llega el momento, no tienen ganas de tener una relación amorosa y hacen un esfuerzo y entonces se transforma en un sacrificio mucho peor que la abstinencia.
Porque toda mujer, tanto en oriente como en occidente, necesita tiempo y esfuerzo y el hombre de este lado del globo está demasiado cansado, tensionado y frustrado como para entregarse sin condiciones, porque ha estado todo el día intentando, muchas veces infructuosamente, de obtener resultados.
En Oriente el sexo es sagrado, semejante a un ritual cargado de erotismo sincero, un proceso lento que lleva ineludiblemente a un resultado no buscado sino encontrado; un acto que exige el ámbito adecuado, luces tenues, ambiente grato que exalte los atributos del hombre y la mujer que exciten sus sentidos con los olores, la calidez y el tacto; porque hasta en una carpa en medio del desierto tienen mullidas alfombras, sedas, tapices, rasos y almohadones, para hacer más grata y confortable la intimidad del acto amoroso.
En Occidente el sexo se ha convertido en un deporte, un simple juego que se puede hacer en cualquier lado, para sentir placer con cualquiera y obtener como objetivo principalmente un orgasmo.
Por eso, lo primero que hay que recuperar, si se quiere gozar del sexo, es el valor que le asignan y dedicarle tiempo, no llegar al lecho demasiado cansado ni preocupado, para poder conocer al otro y aprender qué es lo que necesita y disfrutar de a dos del proceso, para llegar a tener un acto sexual plenamente satisfactorio.