Según Carl Gustav Jung, una de las fuentes de la parte femenina del alma del hombre (el anima) es la psique de la mujer, que es tan distinta; porque la mujer puede ser la inspiración del hombre por tener una capacidad de intuición superior a él y un instinto más orientado a lo personal.
Como segunda fuente de la parte femenina del hombre, además de la influencia de la mujer, está la propia feminidad del hombre.
No existe ningún hombre que no tenga nada de femenino y aún los muy masculinos guardan dentro de ellos mismos una vida afectiva muy femenina; y sólo consideran una virtud el hecho de reprimir cualquier posible rasgo de esas características.
Esa imagen femenina inconsciente influye en la relación amorosa del hombre y lo lleva a elegir una mujer igual a la proyección de su alma.
Sin embargo, en esta imagen del ánima femenina, debe haber algo con raíces más hondas que trasciende la singularidad individual.
En la experiencia humana existe una estructura psíquica innata tanto física como espiritual orientada hacia lo femenino, una imagen virtual o predisposición psíquica, que también incluye los padres, los hijos, la mujer, el nacimiento y la muerte.
Estas categorías son “a priori” de la experiencia y de naturaleza colectiva formadas por los sedimentos de todos nuestros antepasados, que cuando se combinan con la experiencia, se manifiestan.
Jung reconoce no haber encontrado nunca pruebas de estas huellas mnémicas colectivas, no obstante cree que además no es imposible que se registren imágenes mnémicas determinadas individualmente.
Por lo tanto, la tercera fuente de la feminidad del alma del hombre es la imagen colectiva heredada de la mujer.
El concepto de alma para Jung no tiene connotaciones ni religiosas ni filosóficas sino que significa un indicio psicológico; y la inmortalidad no es más que una actividad psíquica que llega más allá de los límites de la conciencia.
Esta autonomía del complejo anímico genera la idea de la existencia de un ser personal inmaterial no ligado al cuerpo que después de la muerte física se encuentra en otro mundo diferente, aunque esto no significa a la vez que sea inmortal.
Con respecto a la inmortalidad del alma parece haberse originado en el singular aspecto histórico del alma.
El factor histórico no sólo es propio del arquetipo femenino sino de todos los arquetipos heredados tanto espirituales como corporales.
Los budistas parecen referirse al mismo hecho psicológico, pero ellos no adjudican el factor histórico al alma, sino al sí mismo.
El sí mismo no sólo contiene todo el sedimento de lo vivido sino que representa la matriz de la vida futura
En la concepción oriental no está el concepto de ánima ni tampoco el de persona, ya que existe una relación compensadora entre la persona y el anima.
La persona “imagen del hombre ideal” es compensada por la debilidad femenina, por fuera hace el papel de hombre fuerte pero por dentro se convierte en mujer, en anima, que se proyecta y en virtud de ello el héroe puede caer bajo el dominio de la mujer.
La persona es la máscara social, la personalidad artificial; y la ausencia del alma es aparente.
En el hombre moderno, el anima, en forma de imagen materna se transfiere a la esposa y el temor al inconsciente se proyecta a la mujer.
El anima como femenino compensa con exclusividad la conciencia masculina y en la mujer, al contrario, la figura compensadora es la masculina, que se designa animus.
El anima produce estados de ánimo y el ánimus opiniones basadas en hipótesis inconscientes no pensadas, que son de naturaleza colectiva.
Fuente: “El Yo y el Inconsciente”, Carl Gustav Jung.