Vivimos en un mundo donde existen los límites. Hay límites para comer, para beber, para trabajar, para descansar, para estudiar, para divertirse, para manejar, para gastar, etc.
Aunque es verdad que el que es capaz de ir más allá de sus propios límites puede trascenderse a sí mismo en algún aspecto; el respeto de los límites para todo lo demás le servirá para vivir con moderación y en equilibrio.
Vivir en una sociedad implica respetar al otro, o sea que el otro es el límite, el que señala hasta dónde se puede llegar.
Los niños que no tienen límites, cuando llegan a adultos no respetan las reglas, son extremistas, omnipotentes e intentarán someter a los demás por la fuerza manejándose con la ley de la selva.
La vida común les parecerá insípida y aburrida, no se adaptarán al estudio o al trabajo y se convertirán en personas marginadas e inadaptadas.
Muchos de estos niños hoy viven en las calles; y aunque tengan donde vivir e incluso hasta algún progenitor, no vuelven a la noche a sus casas, quedándose a vagar por la ciudad todo el día y exponiéndose a toda clase de peligros y vejámenes.
Son menores que conocen la droga desde muy chicos, no van a la escuela y tienen toda clase de experiencias con adultos.
Estos chicos por lo general han huido de sus casas, porque ninguno a su alrededor ha sabido asumir su rol de liderazgo como padres o familiares sustitutos que nunca les pusieron límites.
Son niños que en la calle se transforman en pequeños vándalos, son capaces de hacer cualquier cosa y se entretienen haciendo estragos, escribiendo paredes, rompiendo vidrios y hasta participando en asaltos y robos.
No se trata de niños abandonados, pero la mayoría tiene una familia que no los contiene.
Los parientes suelen aparecer en la comisaría cuando cometen algún delito, sufren un accidente grave o mueren en circunstancias poco claras.
Cuando fallecen de esta forma, algunos se convierten en mártires, entonces sí aparecen los familiares por televisión, organizando marchas pidiendo justicia.
El submundo de la calle tiene sus propias reglas. A veces, para poder sobrevivir, estos menores se conectan con algún adulto de la misma condición que los protege y pasan a ser partícipes de su séquito, encargados de algunos trabajos sucios y de algunos favores a cambio.
La calle se convierte en su verdadera familia porque lo aceptan como es, no tiene exigencias que no le agradan, recibe droga y es usado como un objeto.
La droga les va destruyendo el cerebro de a poco hasta que los que no se destacan por su violencia o como ladrones, se transforman en vagabundos y mendigos.
Ese es el triste destino de quienes no mueren siendo aún niños y llegan a adultos.
La mayoría de estos chicos, proviene de hogares deshechos o sufren abusos en sus casas; por eso huyen, para evadirse de una situación que dentro de ese ámbito enfermo no tiene otra salida.
No reciben ninguna instrucción formal, apenas saben escribir y en estas condiciones no podrán insertarse en la sociedad dignamente y sólo podrán sobrevivir delinquiendo.
Cada día hay más chicos durmiendo en las calles. Tiene que haber una salida institucional para ellos.