A LA MUJER TRABAJADORA
Dicen que la bruja Rita
es la mejor del planeta
manejando la varita.
Y, además, hace calceta.
Su oficio le gusta mucho.
Encanta en sólo un segundo
sin mover el cucurucho:
¡no hay otra igual en el mundo!
Convierte un sapo en burbuja
o un neumático en pingüino.
Es que Rita es una bruja
como la copa de un pino.
Entre conjuros y hechizos
corre a casa en media hora,
le echa un ojo a los mellizos
y pone la lavadora.
Vuelve volando al trabajo.
¡Caramba! ¡Qué movimiento!
Rita trabaja a destajo
y no descansa un momento.
Haciendo un enorme esfuerzo,
llega rauda a su mansión
a preparar el almuerzo:
guiso de ojos de ratón.
Tiene, tras fregar los platos,
diez minutos por delante:
da betún a los zapatos,
cose un botón, zurce un guante…
¡Otra vez a la faena!
Transforma un cuervo en mosquito,
un gusano en magdalena,
a una dama en huevo frito...
Y un pez globo en esquimal.
Rita termina, por fin,
la jornada laboral,
mas continúa el trajín.
En su escoba familiar,
con maletero gigante
y un enorme sidecar,
llega a casa en un instante.
La bruja, con una mano,
fríe siete cucarachas,
dos babosas y un gusano.
Con la otra, bate gachas.
Después baña a sus brujitos.
Bajo la luz de la luna
les cuenta cuentos bonitos
mientras menea la cuna.
Rita agotada se sienta
en su butacón morado
y enseguida se da cuenta:
¡se le olvidó ir al mercado!
Viendo la televisión,
pronto se queda dormida.
Sonríe el brujo Simón:
"Pues sí que eres aburrida".
Dice Rita sin gritar
─ya no le queda ni aliento─:
"La tarea del hogar
se hará al cincuenta por ciento".
Ahora el quehacer se comparte
−desde el miércoles pasado
cada uno hace su parte─
¡y es mucho menos pesado!
Carmen Gil
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