Existe una reflexión pendiente en el área del conocimiento humano y es la siguiente: si la Física ha demostrado que el principio de todo es la energía, y que la materia no es sino un estado más resultante de la interacción de campos electromagnéticos, ¿por qué el resto de disciplinas se niegan a trabajar en esa dirección?
Desde el punto de vista de la biología y la medicina, seguimos siendo máquinas bioquímicas programadas por la acción de los genes. La genética parte del hecho de que el ADN regula nuestro organismo y la activación de un gen u otro es arbitraria. Sencillamente, si tu mapa genético cuenta con un gen relacionado con el cáncer de mama, por ejemplo, es cuestión de tiempo que éste se active y desarrolles la enfermedad. Estás a merced del azar y no te queda otra que esperar a que surjan terapias más efectivas para luchar contra la enfermedad.
La medicina alopática que impera en nuestra cultura occidental mantiene que la enfermedad es un desajuste molecular que impide que una proteína ejerza su función de manera correcta. Es decir, hay un fallo en la cadena de montaje. El remedio consiste en aplicar otras sustancias químicas, los medicamentos, para corregir ese fallo molecular.
Sin embargo, si aplicamos los conceptos actuales de lo que sabemos sobre el universo, una disfunción molecular surge por un error en el comportamiento de los átomos que conforman la molécula. Y sabemos que los átomos son patrones energéticos cuya vibración produce un campo electromagnético concreto para cada tipo de átomo que interactúa con los demás campos de su entorno. Así que un fallo molecular, si vamos más allá, no es sino una alteración de los patrones energéticos que participan de la molécula.
Es por ello que podemos estar aplicando sustitutos químicos para corregir el fallo y éste seguir produciéndose de manera indefinida, pues el problema estaría en una carencia energética relacionada con la estructura molecular en cuestión. Pero, por lo que se ve, sólo la Física puede aceptar este concepto de la realidad. El resto de disciplinas siguen funcionando con los preceptos decimonónicos de que la única realidad posible es la materia. Y cuando se habla de energías, rápidamente nos dirán que estamos entrando en ese cajón de sastre, también cajón desastre, llamado “new age”.
Dicho esto, volvamos al ADN. De acuerdo a la epigenética, el medio tiene mucho que decir en el proceso genético. El doctor Bruce Lipton resume en su libro La biología de la creencia veinticinco años de investigaciones relacionadas con el comportamiento celular. El mayor logro de Lipton fue descubrir que el núcleo de la célula, donde están contenidos los cromosomas que albergan el material genético, no es el “cerebro” celular, como se venía manteniendo, sino que dicho cerebro es, por sorprendente que parezca, la membrana.
Existen unas proteínas llamadas “proteínas integrales de membrana“, PIM, que recogen la información del exterior de la célula y, de acuerdo a la misma, inician un proceso de actuación por el que se le dice al ADN qué genes debe activar. De esta forma, el azar genético queda sometido a la información exterior. El ADN no actúa por caprichos del destino, sino que es un operario más que trabaja según los dictados que recibe. Para colmo, las investigaciones concluyen que puede ser reprogramado en función de las necesidades externas.
Desde este punto de vista, el cáncer de mama, por seguir con el ejemplo, sólo aparecerá si la información adquirida por las PIM así lo determina. Y dicha información no es sino un patrón energético. Cuando se produce una alteración de los campos electromagnéticos, la información recibida será la que provoque la activación de los genes en cuestión, los cuales generarán las proteínas para cumplir con la función específica del momento. En el caso citado, una reproducción descontrolada de células que terminarán por formar un tumor.
La enfermedad, así vista, es una carencia en el sistema de información, una distorsión de los patrones de energía que interactúan con nuestras células. Una vez que se corrigen dichos patrones, la química afectada, por consiguiente, se recompone. La conclusión es que, cuando las células enferman, hay que buscar las causas en el entorno, no en la célula.
Ahora podemos entender muchas terapias, entre ellas la medicina china tradicional, que actúan sobre el suceso energético que origina la enfermedad. Y puestos a entender, podríamos entender por qué nuestro sistema basado en el beneficio económico no puede tolerar tales investigaciones y por qué las farmacéuticas insisten en la solución química.
No deja de ser paradójico que, sin embargo, sí se utilicen las señales energéticas que emiten las células para diagnosticar enfermedades en procesos tempranos de desarrollo (piénsese en una mamografía, por ejemplo), pero que se niegue la curación a esos niveles.
Mientras vivamos en este sistema, seguiremos siendo newtonianos ad infinitum y toda una horda de mal llamados escépticos convencerán a nuestras mentes cansadas e hipnotizadas de que la vida es así. Por suerte, los verdaderos científicos seguirán trabajando por el bien común, aún a costa de quedarse sin recursos y subvenciones.
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