Cuando era chico, nos fuimos de mochileros con unos amigos. Era la primera vez que lo hacía y no tenía experiencia. Íbamos a ir de campamento por dos días y una noche. Obviamente, puse muchas más cosas de las que necesitaría, pero al momento de armar la mochila no me di cuenta. A la mañana siguiente, estábamos todos muy emocionados por comenzar la aventura y nos despertamos muy temprano.
Salimos caminando hacia nuestro destino a paso firme, cantando y riendo. Pero al poco rato, las voces se silenciaron. Ya no reíamos tanto, ni hablábamos tanto. El líder nos guiaba con el mismo paso firme, pero ya no era tan fácil ni tan divertido seguirlo. El peso de nuestras mochilas se había duplicado y nos cansaba cada paso que dábamos.
Lejos de disfrutar el camino como al inicio, el peso de la espalda nos hacía sufrir. El viaje que iba a ser divertido, se convirtió en un suplicio, hasta que finalmente llegamos al destino. Y con velocidad, en lugar de comenzar a jugar, tiramos las mochilas al piso y nos recostamos para descansar. ¡Aun hoy recuerdo el alivio de ese momento mágico cuando me saqué la pesada mochila de mis hombros marcados por el peso!
El gran rey había pecado. Y la culpa de su maldad era una pesada mochila. No sabemos cuánto tiempo la llevó pero de algo estamos seguros. Ese peso le hizo el viaje de su vida mucho más incómodo y triste de lo que pensaba. Cuando estaba cometiendo el pecado, ni siquiera había pensado en eso. Todo era una aparente felicidad.
Pero al momento de seguir con su vida, luego de haber consumado el hecho, le comenzó a pesar lo que había hecho. La mochila de su culpa se hizo más pesada y la vida ya no era tan divertida. El pecado hace esto. Te quita la paz, te quita la alegría, te quita la comunión con Dios. La conciencia te acusa, y el pecado siempre paga mal. El diablo se divierte viendo tu sufrimiento posterior sabiendo lo poco que te dio y lo mucho que te sacó.
Por eso la Gracia de Dios es tan maravillosa, y su perdón te libera de la mochila de tus pecados. Dale a Dios tus faltas, su perdón es absoluto y te limpia la conciencia de la culpa.
Dale a Dios tu mochila.