Padres héroes y madres heroínas del hogar.
Pasamos buena parte de nuestra existencia cultivando estos estereotipos.
Hasta que un día el padre héroe comienza a pensar todo el tiempo, protesta bajito y habla de cosas que no tienen ni pies ni cabeza.
La heroína del hogar comienza a tener dificultades en terminar las frases y empieza a enojarse con la empleada o...
¿Qué hicieron papá y mamá para envejecer de un momento a otro?
Envejecieron... ¡Nuestros padres envejecieron!
Nadie nos había preparado para esto.
Un bello día ellos pierden la compostura, se vuelven más vulnerables y adquieren unas manías bobas.
Están cansados de cuidar de los otros y de servir de ejemplo: ahora llegó el momento de ser cuidados ellos y mimados por nosotros.
Tienen muchos kilómetros andados y saben todo, y lo que no saben lo inventan.
No hacen más planes a largo plazo, ahora se dedican a pequeñas aventuras, como comer a escondidas todo lo que el médico les prohibió.
Tienen manchas en la piel.
De repente están tristes.
Mas no están caducos: caducos están los hijos, que rechazan aceptar el ciclo de la vida.
Es complicado aceptar que nuestros héroes y heroínas ya no tienen el control de la situación.
Están frágiles y un poco olvidadizos, tienen este derecho, pero seguimos exigiendo de ellos la energía de una usina.
¡No admitimos sus flaquezas, su tristeza...!
Nos sentimos irritados, y algunos llegamos a gritarles si se equivocan con el móvil u otro aparato electrónico, y encima no tenemos paciencia para oír por milésima vez la misma historia que cuentan como si terminaran de haberla vivido.
En vez de aceptar con serenidad el hecho de que adoptan un ritmo más lento con el pasar de los años, simplemente nos irritamos por haber traicionado nuestra confianza, la confianza de que serían indestructibles como los superhéroes.
Provocamos discusiones inútiles y nos enojamos con nuestra propia insistencia para que todo siga como siempre fue.
¡Nuestra intolerancia solo puede ser miedo!
Miedo de perderlos, y miedo de perdernos, miedo también de dejar de ser lúcidos y joviales –como ahora les está pasando a ellos–.
Con nuestros enojos, solo provocamos más tristeza a aquellos que un día –en la mayoría de los casos–, solo procuraron darnos alegrías.
Y nos enojamos cuando ellos se olvidan de tomar sus remedios, y al pelear con ellos, los dejamos llorando, tal cual criaturas que fuimos nosotros un día.
El tiempo nos enseña a sacar provecho de cada etapa de la vida, pero es difícil aceptar las etapas de los otros...
Más cuando los otros fueron nuestros pilares, aquellos a los cuales siempre podíamos volver y sabíamos que estarían con sus brazos abiertos, y que ahora están dando señales de que un día irán a partir sin nosotros.
Hagamos por ellos hoy lo mejor, lo máximo que podemos, para que mañana, cuando ellos ya no estén más... podamos acordarnos con cariño de sus sonrisas de alegría y no de las lágrimas de tristeza que ellos hayan derramado por nuestra causa.
Al final, nuestros héroes de ayer... ¡serán nuestros héroes eternamente...!
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