Vendedores ambulantes, malabaristas, manteros que venden artesanías de dudosa procedencia, músicos, “trapitos” que cobran peaje o estacionamiento, gente que vive desde hace años en las calles, cartoneros fuera del sistema que desparraman la basura, pintores de grafitis, piqueteros, carteristas, arrebatadores y hasta violadores, es la fauna que se adueña del espacio público para recrear su drama cotidiano.
¿Son todos desposeídos los que aprovechan la vía pública para hacer dinero, o son los eternos capitalistas que están detrás de ellos repartiendo la mercadería para hacer su negocio?
Los que se prestan a estas cosas son los que pagan los platos rotos, los que se bancan el frío, el calor y la lluvia, los que van presos cuando caen en una redada o los que se pierden el día cuando la policía les retiene la mercadería que venden.
También invaden el subterráneo, los negocios, las confiterías y todo lugar público que no pueda controlar su acceso, porque no hay barreras para los intrépidos que han hecho del uso indebido del espacio público una regla y de las pintadas en las paredes y en los portones de los edificios, parte del folklore.
Los piadosos ciudadanos que viven y trabajan en forma organizada, sufren en silencio esa invasión insidiosa, pagando esa forma de impuesto al pobre.
Usar el espacio público como si fuera propio con la excusa poco creíble de muchos, que aseguran no conseguir trabajo, haber sido desalojados, estar abandonados, solos, enfermos, deprimidos, sin recursos y amenazados por el hambre, es una actitud cultural que demuestra que el respeto por la ley y por los demás ciudadanos termina cuando alguien no se hace responsable de sus propios problemas y le endosa a los que trabajan y viven dignamente el costo de sus errores.
Puede haber gente que realmente esté pasando una situación límite y que necesite ser ayudada, eso es indudable, pero no en la dimensión que vemos ahora, cuando todos los días descubrimos a alguien más durmiendo en la calle.
Los dramas familiares son una de las causas principales que hace que una persona huya de su casa y prefiera pasar penurias antes que volver.
La depresión es otra causa, es el que abandona todo y se aparte del sistema para ser libre, pero esclavo de las limosnas.
En la calle también están los enfermos mentales abandonados por sus familias que no tienen o no quieren refugiarse en un lugar de contención.
Los abusos que cometen los pobres, obligando a la gente a pagar para circular por la calle, impulsó un proyecto de ley para sancionar con prisión a los que presionan a los automovilistas para pasar en los semáforos. Pero no prosperó porque se consideró que se trataba de un recurso electoral y hasta se habló de un intento de hacer de la pobreza un crimen.
Lo cierto es que las bandas organizadas lucran con la pobreza y gozan de la impunidad que gozan los pobres para hacer sus negocios.
Los piquetes constituyen otros de los recursos inadmisibles que adoptan los que no tienen ningún respeto por el derecho de los otros y se toman la libertad de cortar las calles con sus protestas. Es lógico, las huelgas significan disminución de haberes, pero cortar las calles es menos costoso y además la mayoría se asegura la comida y puede cobrar algo.
Obstruir la circulación es un acto contra la libertad de los ciudadanos que ninguna causa justifica, porque el derecho de uno termina cuando empieza el de los demás, sin embargo, la policía, que supuestamente está para hacer valer los derechos, por alguna razón incomprensible no toma los recaudos necesarios para garantizar el libre paso de los que no tienen nada que ver con esos pleitos laborales.
Mientras haya ciudadanos dispuestos a no respetar las leyes, habrá abusos de ciertos grupos sociales sobre otros, pero lo peor de todo es que la responsabilidad no es de los pobres sino de quienes explotan sus necesidades para su beneficio personal, muchas veces con apoyo policial, gremial o político.
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