Erich Fromm nos dice que uno de los fenómenos más asombrosos que nos ocurre a los seres humanos son los sueños, pero permanecemos indiferentes a ellos porque hemos perdido nuestra capacidad de asombro.
Los sueños son un misterio. ¿Ocurren solamente en nuestra mente o es la manera de que una parte de nosotros tenga la oportunidad de ingresar a una dimensión diferente?
Durante el sueño, nuestro cuerpo tiene otras capacidades diferentes a las del estado de vigilia. Podemos volar, caernos de un séptimo piso sin lastimarnos, caminar en el agua, disfrutar de amores imposibles, ganar la lotería, hablar con los muertos, visualizar la solución de un problema, ser felices y cumplir todos nuestros deseos.
Se han escrito incontables páginas sobre los sueños, y aunque algunas explicaciones parecen más creíbles que otras, lo real y verdadero es que en lo que se refiere a lo que son los sueños, no hay certezas.
Freud estima que los sueños expresan los deseos reprimidos, otros afirman que es un mecanismo de compensación, para lograr el equilibrio cuando sufrimos frustraciones.
Sin embargo, los bebés sueñan y no parece que sea porque repriman sus impulsos; y salvando las distancias, también los perros sueñan, aún aquellos que se adueñan de la casa y hacen todo lo que quieren.
Lo cierto es que nos pasamos buena parte de la vida soñando y todavía para nosotros, soñar sigue siendo un enigma, porque no sabemos para qué y por qué soñamos.
Lo que si es cierto es que mientras soñamos nos evadimos de la realidad y nos encontramos en otra donde las cosas son más fáciles, una dimensión donde nuestro cuerpo puede desafiar la fuerza de gravedad, no se cansa, no tiene limitaciones físicas, psicológicas ni sociales, tampoco culpa ni vergüenza y donde no existe ni el espacio ni el tiempo.
Los sueños, para muchos, han sido premonitorios, reveladores, anticipatorios, creativos y hasta terapéuticos.
Los sueños nos permiten descansar de nosotros mismos y nos deja ser como queremos, no una copia de otra copia sino alguien único y distinto.
Borges decía que quizás en los sueños seamos alguien, como decía Shakespeare, en los sueños soy la cosa que soy o quizás la divinidad.
Las culturas primitivas les otorgaban a los sueños un valor profético. Para los hawaianos, por ejemplo, soñar es la forma de comunicarse con el espíritu divino de los antepasados; porque cuando descansamos, el alma sale del cuerpo para vagar por este mundo o por los otros.
Para Platón, primero fue un sueño, luego todo lo demás; y para los egipcios y otras antiguas civilizaciones de la zona del Mediterráneo, los sueños tienen un origen divino y son portadores de mensajes útiles para la vida de vigilia.
Desde los antiguos griegos se reconoce que existen dos tipos de sueños, los valiosos y significativos y los triviales e insignificantes.
Un libro sagrado judío, El Talmud, dice: “un sueño sin interpretar es como una carta sin abrir”.
San Agustín decía que Dios nos envía las imágenes oníricas para transmitir conocimientos al hombre y San Isidoro se atrevía a afirmar que a veces Dios, cuando desea que conozcamos el futuro se sirve de los sueños. En cuanto a Santo Tomás de Aquino, su hipótesis era que mediante los sueños Dios instruye a los hombres; ya que Dios sólo les hablará en visiones o en sueños.
Para el sabio Pascale Romano, los sueños contribuyen para lograr un exacto diagnóstico médico; en tanto que Shopenhauer creía que en los sueños hablamos y obramos de acuerdo a cómo somos; mientras que Emerson sostenía que el hombre prudente lee sus sueños para conocerse a sí mismo.
En sueños el alma viaja y alcanza regiones donde la mente es más libre y donde son frecuentes las revelaciones.
Fuente: “El Viaje Astral”; Edgard de Vasconcelos.
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