PROTOCOLO 1
El derecho de la fuerza. La libertad no es más que una idea. El libre pensamiento, la religión, la independencia, el enemigo interior. La multitud y la anarquía. La política y la moral. El derecho del más fuerte. El poder judío -masónico invencible. El fin justifica los medios. La muchedumbre es ciega. El alfabeto político. Principios y bases del gobierno judío-masónico. Libertad, igualdad y fraternidad. La aristocracia nueva. Calculo psicológico.
Hablemos con franqueza, debatiendo el sentido de cada idea y haciendo resaltar por comparaciones y deducciones su explicación, de este modo, expondremos el concepto de nuestra política axial como la de los goim (palabra hebrea que se usa en forma despectiva para referirse a los no judíos y que significa ganado)
Es de notar como el número de hombres con instintos perversos supera al de aquellos con instintos nobles. Por tanto, la violencia y la intimidación son preferibles a los discursos elegantes cuando se trata de gobernar al mundo. Todo hombre aspira al poder: cada uno desearía ser un dictador; casi todos sacrificarían el bienestar del prójimo por alcanzar sus metas personales.
¿Que es lo que ha sometido hasta ahora a esas fieras salvajes y de rapiña que llamamos hombres? ¿Por quien han estado gobernados hasta el presente?
En las primeras épocas de la sociedad, estaban dominados por la fuerza bruta y ciega; después, se sometieron a la ley, que en realidad no es otra cosa que la misma fuerza disfrazada. Esta consideración lleva a deducir que, fijándonos en la ley natural, el derecho reside en la fuerza.
La libertad política no es un hecho, pero si una idea. Una idea que es necesario saber aplicar cuando conviene, a fin de atraer a las multitudes y despojar al partido rival. El problema se simplifica si el referido rival se ha contagiado con las ideas del llamado liberalismo y, por amor de esas ideas, cede una parte de su poder. Axial, nuestra idea triunfara; por ley natural, cuando uno suelte las riendas del poder, otro lo abra de tomar porque las masas no saben existir sin jefe. El nuevo gobierno toma el sitio del antiguo, debilitado por el liberalismo.
Hoy, el poder de los dirigentes liberales ha sido sustituido por el del oro. Alguna vez, gobernó la religión. Pero la libertad es irrealizable porque nadie sabe servirse de ella con moderación. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a si mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje; inmediatamente, nacen polémicas que no tardan en convertirse en choques sociales: los estados se desbaratan y pierden su importancia. Da igual que un país se agote por sus propias convulsiones interiores o por las guerras civiles: en uno u otro caso, esta perdido y queda en nuestras manos. El capital esta enteramente en nuestro poder; se lo propondremos al estado como único asidero, y habrá de sujetarse de este si no quiere caer al despeñadero.
Si, por liberalismo, alguno quisiera convencernos de que estos razonamientos son inmorales, yo le diría: no es inmoral que un estado proceda sin cuartel contra el enemigo interno que socava sus cimientos, arruina la propiedad y despedaza el orden social de la misma forma que acomete al enemigo exterior.
En un medio donde se permitan las discusiones, ningún espíritu sensato estima poder gobernar a las masas con razones y cordura. Para evitar las objeciones, hay que seducir al pueblo, que es incapaz de reflexionar profundamente, con representaciones ridículas; la mayoría esta guiada por ideas mezquinas, costumbres, tradiciones y teorías sentimentales. El populacho ignorante y no iniciado, axial como todos los que han salido de su seno, se sume en discusiones partidarias que le impiden toda posibilidad de acuerdo, aun en cuestiones basadas en argumentos concretos. Las decisiones de las masas dependen de una mayoría, casi siempre casual y momentánea; se la prepara con anticipación, ya que, en su ignorancia de los secretos políticos, adopta disposiciones absurdas y siembra en los gobiernos el germen de la anarquía.
La política no tiene nada que ver con la moral. Un jefe de estado que pretenda gobernar con arreglo a leyes morales, no es hábil y, por tal, no esta bien afianzado en su asiento. Todo el que quiera gobernar debe recurrir al engaño y a la hipocresía. En política, el honor y la sinceridad se convierten en vicios que despachan a un mandatario más pronto que sus mayores enemigos. Afirmamos dichas cualidades para los gentiles; pero nosotros, bajo ningún concepto, nos sentimos comprometidos con ellas.
Nuestro derecho reside en la fuerza. El vocablo derecho expresa una idea abstracta, sin base e inaplicable; ordinariamente, significa: proporcióname cuanto preciso para sojuzgarte. ¿En donde empieza el derecho?¿en donde termina? en un estado desorganizado, el poder de las leyes o el del soberano se disipan por la incesante usurpación de las libertades; en este caso, procedo con la fuerza para destruir los métodos y reglamentos existentes: me apodero de las leyes, reorganizo las instituciones y, así, me convierto en dictador de quienes, libremente, han renunciado a su poder y nos lo han rendido. Nuestra fuerza, dada la situación quebradiza de todos los poderes civiles, será mucho mayor que ninguna otra porque, siendo invisible, no podrá ser atacada; y llegara el día en que sea tan impetuosa que ningún acto de astucia pueda destruirla.
Del daño causado, brotara un gobierno indestructible que restablecerá los mecanismos de subsistencia que han sido destruidos por el liberalismo. El fin justifica los medios. Es necesario no cejar en nuestro plan, poner mayor esmero en lo necesario y aprovechable que en lo bueno y moral. Este es un plan, una estrategia de la que no podemos apartarnos sin renunciar a la obra que iniciamos hace ya muchos siglos.
Al trazarnos un plan de acción, debemos tener en cuenta la cobardía, la debilidad, la inconstancia y el desequilibrio de las masas; estas son incapaces de comprender o acatar las condiciones de su propia existencia y de su bienestar, la fuerza de las masas es ciega, ilógica y cambiante.
Cuando un ciego conduce a otro, ambos caen al precipicio; en consecuencia, los advenedizos salidos de las filas del pueblo, aunque sean unos genios, no pueden colocarse a la cabeza de las masas sin arruinar la nación. Solo una persona preparada desde su infancia para ejercer la soberanía autocrática puede comprender las palabras formadas por las letras del alfabeto político. El pueblo abandonado a si mismo, es decir, a jefes salidos de sus filas, se pierde en luchas partidarias nacidas del afán de poder y el ansia de renombre; así, se crean la revuelta y el desorden.
¿Pueden las masas juzgar serenamente y administrar los negocios del estado sin rivalidades, sin confundir dichos negocios con sus propios intereses? ¿Podrían defenderse contra un enemigo extranjero? Esto es imposible. Cualquier plan dividido entre tantas cabezas como son las de las multitudes, resulta ininteligible e irrealizable.
Solo un autócrata puede concebir vastos proyectos y asignar a cada entidad una función dentro del mecanismo gubernamental. Por eso sostenemos que, para administrar eficazmente un país, el gobierno debe estar en manos de una sola persona. Sin el despotismo absoluto, la civilización es imposible; la civilización no es obra de las masas, sino del que las dirige, sea este el que fuere. El populacho es bárbaro y así se muestra siempre. En cuanto el pueblo cree que ha conquistado la libertad, se desbanda hacia la anarquía, que es la representación más perfecta de la barbarie.
Ved esos brutos alcoholizados, embrutecidos por la bebida, que la libertad tolera sin límites. ¿Es que vamos a permitir nosotros y permitirles a nuestros semejantes el imitarlos? En los países cristianos, el pueblo esta embrutecido por el alcohol, la juventud esta trastornada por la intemperancia prematura en la que nuestros agentes la han iniciado cubiertos con distintos disfraces: preceptores, criados, institutrices de las casas ricas, empleados, prostitutas; y es preciso añadir a estas ultimas aquellas que se conocen con el nombre de femmes du monde, sus imitadoras voluntarias en materia de lujo y corrupción.
Nuestra divisa debe ser fuerza e hipocresía. Solo la fuerza da la victoria en política, sobre todo cuando se oculta con destreza por quienes gobiernan un estado. La violencia debe ser un principio. El engaño y la hipocresía son las reglas de oro de aquellos gobiernos que no quieren caer ante un nuevo poder. Con estos perjuicios se consigue el bien. No nos detengamos innecesariamente ante la corrupción, la compra de conciencias, la impostura y la traición, porque con ellas servimos a nuestra causa. En política, no dudemos en confiscar la propiedad, si de este modo podemos conseguir sumisión y poder.
Siguiendo la vía de las conquistas pacificas, nuestro estado habra de sustituir los horrores de la guerra por ejecuciones discretas y diligentes, necesarias para mantener el terror y producir una ciega sumisión. La severidad intolerante es un factor esencial del poder de un estado. Con ella alcanzamos grandes ventajas y nos acercamos a la deseada victoria de la violencia y la hipocresía. Para imponernos, son tan importantes como nuestros principios los medios que empleamos para ponerlos en ejecución. Los procedimientos que empleamos y la rigidez de nuestras doctrinas nos darán el triunfo; es decir, haremos a todos los gobiernos esclavos del nuestro. Deben aprender que somos despiadados cuando nos hacen resistencia.
Fuimos nosotros los primeros en gritar ante el pueblo: libertad, igualdad y fraternidad. Estas palabras las repiten frecuentemente desde entonces irreflexivas cacatúas de todas partes del mundo. Repitiéndolas, han despojado a la sociedad de la prosperidad material y al individuo de la libertad personal, que es ya una antigualla. Ni siquiera los gentiles más aguzados han reflexionado sobre lo abstracto de esas tres palabras: las pronuncian sin considerar que no concuerdan unas con otras y que se contradicen. No comprenden los sabios gentiles la desigualdad natural: la naturaleza invento tipos disímiles, muy desiguales en inteligencia, carácter y capacidad. Tampoco entienden la sumisión a las leyes naturales. Estos pretendidos eruditos no han descubierto aun que las masas son ciegas, como lo son también aquellos que salen de su seno para gobernar. No han considerado que un hombre mediocre, con la preparación necesaria, gobernara; sin embargo, un genio, sin dicha instrucción, se hallara despistado en la política. ¡Todo esto se les ha escapado a los gentiles!
Sobre esas bases se fundamentaba el régimen dinástico. El padre enseñaba al hijo el sentido y la marcha de las evoluciones políticas; de tal manera, excepto los miembros de la dinastía, nadie, ni el pueblo gobernado, conocía la política. Con el tiempo, el sentido de los principios que habían sido trasmitidos de generación en generación se perdió. Es precisamente esta perdida la que apresta al triunfo de nuestra causa.
Nuestros gritos de libertad, igualdad, fraternidad, cautivaron agentes inconscientes, legiones enteras que enarbolaban nuestras banderas con entusiasmo. Esas palabras roían la prosperidad de los cristianos, despedazando su armonía, entereza y solidaridad; con ellas desmenuzamos los fundamentos de los estados. Fue esto lo que nos dio la victoria proporcionándonos, entre otras cosas, la abolición de privilegios; o sea, la supresión de la aristocracia de los gentiles en todas las naciones, que era la única protección que tenían contra nosotros.
Sobre las ruinas de la aristocracia natural y hereditaria levantaremos, sobre bases plutocráticas, una aristocracia nuestra. Esta nueva aristocracia es la de la economía, que siempre estará dominada por nosotros, al igual que la ciencia que nuestros sabios nos han enseñado. Posibilitaran nuestro triunfo las relaciones con las personas que nos son indispensables. Sabremos explotar la endeblez de nuestras victimas: los beneficios de que disfrutan, su codicia, su ambición insaciable y las necesidades materiales del hombre; cada una de estas debilidades, tomada por separado, es capaz de paralizar cualquier iniciativa. Ellos le entregan su voluntad a aquellos que los han corrompido. Dada la índole abstracta de la palabra libertad, podemos persuadir al pueblo de que el gobierno representa solamente a los propietarios. Por consiguiente, se le puede desechar como a un objeto inútil. Es precisamente la posibilidad de destituir y reemplazar a los representantes de las naciones lo que los ha puesto a nuestra disposición y nos facilita su nombramiento.
DE LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION