Para el estadístico, eres una unidad de un todo. Para el cartero, una dirección. Para el político, un voto. Para el fisco, un contribuyente. Para el físico, una fórmula. Para el químico, un compuesto de sustancias. Para el biólogo, un espécimen. Para alguien que te quiere, eres simplemente tú.
Cuando aceptamos a las personas como individuos únicos significa que las queremos tal como son. Esta actitud no es fácil de alcanzar. Dadas nuestras limitaciones humanas tendemos a idealizar a aquéllos hacia los que nos sentimos atraídos, nos enamoramos de la imagen del otro que nos hemos creado en la imaginación y no de la persona como es en realidad. Ése es el gran peligro al que estamos continuamente expuestos y que tenemos que evitar por todos los medios.
Te quiero porque das sin exigir. Te quiero porque me invitas a buscar sin temor. Te quiero porque sonríes sin esperar nada a cambio. Te quiero porque indagas en mi interior sin entrometerte. Te quiero porque ves pero no condenas. Te quiero porque cantas y quiero cantar contigo. Te quiero porque al vivir sumas mi vida a la tuya. Te quiero porque eres fuerte sin hacer daño. Te quiero porque eres delicada sin astucia. Te quiero porque eres tú y eres única.
Cuando amamos a las personas como son, sin imponerles condiciones ni emitir juicios estereotipados, nos damos cuenta de que los pequeños defectos que éstas puedan tener pierden importancia. Nos damos cuenta de que el pecador no es el pecado personificado y que los fallos humanos suelen ser superficiales. Incluso los peores criminales tienen una fibra sensible enterrada bajo los escombros de una vida rota y fracasada.