La historia cuenta cómo en séptimo grado, cuando tenía 12 años, conocería y hablaría con gente nueva. Tendría amigos con cámara web. “Me llamaban hermosa, maravilla, perfecta”. “Quería que me fotografiaran”, un año después lo permitió. Un día recibió un mensaje en Facebook de alguien que no conocía: “Si no haces un show para mí voy a enviar tus senos”. Él sabía su dirección, dónde estudiaba, quiénes eran sus familiares y amigos.

Un día un policía tocó la puerta de su casa a las 4 a.m. Su foto había sido enviada a todos. Esto la enfermó. El “inocente” juego le arruinó la vida. No importó que se mudara una y otra vez de casa y de escuela, ni tampoco que intentara retomar su vida, todo le salía mal. “Nadie me quería”. Nunca pudo recuperar la foto que la destrozó. “Mira a tu alrededor, a nadie le agradas”, “espero que ella vea esto y se suicide”, le escribían en Facebook. Después de padecer ansiedad, depresión profunda, ataques de pánico, de caer en las drogas y el alcohol, de llorar todas las noches, intentó suicidarse tomando blanqueador.

Los dos últimos papeles dicen: “No tengo a nadie. Necesito a alguien”. “Mi nombre es Amanda Todd …”. Un mes después de publicar este video, que dura ocho minutos 45 segundos, la niña que soportó el acoso durante tres años se quitó la vida la semana pasada.

Leo en internet que una tailandesa de 24 años transmitió en directo su suicidio porque su novio la dejó. Lo mismo hicieron otros dos jóvenes, uno en Japón y otro en Estados Unidos, este último ingirió una dosis mortal de pastillas y se tumbó en la cama mientras los cibernautas veían cómo moría. Casos como estos hay más, internet se ha vuelto la última voz de los afligidos.

Cuando yo estaba en el colegio era suficiente con que un compañero se burlara de una nariz gigante, una cara llena de acné o un defecto cualquiera para que el ofendido se sintiera realmente miserable, no quisiera volver nunca más a clase. Ahora, cuando escucho las cosas que en “broma” suben los jóvenes a internet, no quiero ni imaginarme lo que pasa por la mente de los burlados. O sí, el caso de Amanda Todd es una muestra de que ya la inocencia es un error gravísimo que deja estupefacta a la crueldad. Los límites en internet ya no existen.