"Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mateo 16:26)
En San Petersburgo hay, en la plaza enfrente a la Catedral de Santo Isaque, la magnífica estatua de Pedro, el Grande, con su mano erguida, apuntando su nación para la frente y para el este en dirección al mar. Pedro fue el constructor de Rusia moderna. En muchos aspectos, él bien mereció el título "el grande", pero, era sujeto a explosiones maníacas de furia e ira. En una de tales explosiones, mató su propio hijo. Cuando su reinado estaba si finalizando, Pedro, el Grande, una vez observó: "conquisté un imperio, pero, no pude conquistar a mí mismo."
Hay personas que pasan la vida tras grandes conquistas.
Siempre quieren más y nunca están satisfechas con lo que ya conquistaron. Conquistan todo y no pueden ser llamadas de vencedoras, pues, se olvidan del principal… la conquista de sí mismas, de la alegría de vivir, de la paz en el corazón, de la salvación en Cristo, del pasaporte para la vida abundante y eterna.
Cuando vencemos el egoísmo, la vanidad, la arrogancia, la prepotencia, la insatisfacción constante, entonces
comenzamos a nos disponer para otras conquistas que añadirán la verdadera alegría y felicidad a nuestros días.
Nuestras victorias tendrán la aprobación de Dios y el regocijo de nuestras almas será verdadero y eterno.
Cuando estoy de bien conmigo mismo, estoy de bien con mi familia, con mis amigos, con mis vecinos y, principalmente, con Dios. Y, con la bendición de la compañía del Señor, todo más acontecerá para mi edificación y crecimiento espiritual.
Esa será mi mayor victoria y el padrón que determinará todas mis futuras conquistas.
¿Quiere ser una persona de grandes conquistas?
Comience por su propia vida.