EL PODER DE UN DEDO
La humanidad, en los últimos tiempos, funciona con el movimiento de un dedo. Se cuelga el teléfono, se cancela un negocio o se compra un par de zapatos; se seduce, se pasan páginas de revistas o se puede sincronizar una agenda, usted, ¿qué hace con su dedo?
Por Karl Troller / Ilustración de Ivette Salom.
Con un dedo, hay hombres que manejan el universo. Mujeres que, con un dedo, manejan a los hombres. ¡Qué no podemos hacer con un dedo! Desde darnos golpecitos con el dedo índice en la sien para que quede constancia de alguna genialidad, hasta medir la inteligencia de algunos que solo tienen un dedo de frente. No necesitamos que nos den una mano. Con un solo dedo basta y sobra para dejar huella.
Con un dedo podemos poner a girar el mundo. Y luego, con ese mismo dedo, parar el globo terráqueo y decidir a qué lugar iremos. Soñar está, literalmente, a un dedo de distancia. Con un dedo podemos buscar una dirección en Google. Verla a través de un satélite. Saber a cuántos kilómetros está. Trazar un recorrido. Ir, a dedo, de un lugar a otro.
Con un dedo podemos saber si el café está frío. O caliente. Podemos quemarnos la punta del dedo como el coronel Aureliano Buendía cuando recordó aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. "Está hirviendo". Con un dedo podemos saber si la sal sala y el azúcar endulza. Podemos meter un dedo entre el arequipe. Y conocer a la princesa del Palacio del dedo. Al fin y al cabo chupar dedo fue lo primero que jamás hicimos. Con un dedo podemos rascarnos la cabeza, la cola, un oído. Rascarnos y elevar el dedo meñique cuando alcemos la copa. Podemos ser orgullosamente dediparados. Y destapar una botella de champaña con el sonido de un dedo en la boca.
Con un dedo podemos señalar maleducadamente a una persona. Señalar un objeto, tocarlo. Podemos tocar un huevo con la yema del dedo. Podemos ejercer la democracia untándonos el dedo índice. Y podemos ejercer la dedocracia y elegir funcionarios a dedo. Dejarnos meter, si nos descuidamos, un dedo en la boca. O silenciar a alguien con un dedo. Con un solo dedo podemos darnos un tiro en la sien y suicidarnos con una bala de aire. Soplar el humito imaginario en la punta del dedo. Podemos mover el dedo en círculos para sugerir las vueltas que nos da la cabeza. O decir que alguien está loco, que le falta un tornillo, atornillándonos con nuestro propio dedo.
Podemos pasar la página de una revista con un dedo mojado. Pasar la página de un iPad con un dedo seco. Con un dedo, el anular, podemos comprometernos en matrimonio. Y con un dedo, anular el matrimonio en una notaría. Pasar la página. Basta un solo dedo para darnos contra la pata de una mesa. Para machucarnos. Para sellar una apuesta entrelazando nuestro dedo meñique. Podemos agachar el dedo gordo y decir que todo mal. O levantarlo y decir que todo bien.
Con un solo dedo podemos ser Pulgarcito.
Podemos con un dedo consultar el tiempo en línea y saber si va a hacer sol. Saber si va a llover elevando un dedo ligeramente húmedo y sentir por dónde sopla el viento las nubes. O podemos con un dedo subir todo a la nube. Y volverlo a bajar. Sincronizar nuestra agenda, nuestros amigos, nuestras vidas con la nube. Podemos vivir en una nube con un solo dedo.
Con un dedo podemos prender un computador. Darle reinicio, dormirlo, apagarlo. Bajar una aplicación o subir un archivo. Podemos con un dedo salvar un documento, añadir una página, borrar la evidencia. Entablar una conversación tipográfica en tiempo real. Textear, sextear, etcétera. Podemos, con un solo dedo y máximo 140 caracteres, tuitear y retuitear trinos. Sentar un precedente. Y desesperar a un presidente.
Con un solo dedo podemos ingresar a una página porno. Hacer el amor con una cámara. Con un dedo, dediparado. Entrar a una red social, buscar a alguien y darle un me gusta. Y un ya no me gusta. Coquetear y darle un toque. Toquetearla. Bloquear a una persona, agregar a otra. Escoger un millón de amigos a dedo. Podemos encontrar a alguien en la red y enredarnos con esa persona, con un solo dedo.
Podemos chuzografiar una carta. Mojar y pegar la estampilla para mandarla. O con un solo dedo enviar electrónicamente una carta de amor no correspondido. Editarla y cambiar el destinatario para que nos cambie el destino. Mandarla con copia a todos para que quede constancia. O con copia ciega porque ciego es el amor. Podemos enviar basura a una base de datos. Eliminarla, reciclarla. Con un dedo podemos ser carteros sin que nos muerda un perro.
Podemos transcribir con un dedo las declaraciones de un asesino en un juzgado. Señalar al culpable en la sala. Condenarlo. Con un dedo se hace justicia.
Con un dedo, raspando una tarjeta de raspa y gana, podemos ganar. Especialmente perder. Podemos raspar una tarjeta para descubrir el pin para llamar. Y hacer una llamada desde un teléfono inteligente o darle la vuelta a un estúpido discado. Podemos marcarle y colgarle a alguien con un solo dedo.
Podemos tomar una foto oprimiendo el obturador. Disparar un flash. Y, con un solo dedo, verla, ampliarla, borrarla, publicarla, compartirla o enviársela a alguien. Con un solo dedo podemos tocar la pantalla y ampliarla. O reducirla. Recorrerla de arriba abajo. De un lado para otro. Salvarla y quedar salvados.
Con un dedo podemos pedir un ascensor. Cerrar las puertas, abrirlas, pararlo en medio de dos pisos, sonar la alarma. Espichar todos los botones y salir corriendo. Podemos parar un bus por fuera del paradero. Y parar un taxi, si el taxista se digna.
Con un solo dedo podemos, en un PlayStation, marcar un gol, patear un monstruo, ganar una carrera, destruir un barco, volar un avión. Con un solo dedo podemos, en un XBox, matar al enemigo. O en la vida real halar el gatillo. Con un dedo podemos mandarlo a mejor vida. Y con el mismo dedo, darle la bendición.
Con un dedo podemos encender un televisor. Cambiar de canal. Programar una grabación así nunca cumpla los horarios. Verla, adelantarla, retrocederla, congelarla. Y luego borrarla. Con un solo dedo podemos apagar el televisor porque nunca hay nada que ver.
Con un dedo podemos abrir una puerta de un carro con clave. Prenderlo. Y si no arranca, podemos echar dedo y viajar gratis moviendo el pulgar hacia atrás y hacia adelante. Con un dedo uno no se vara.
Con un dedo podemos, levantándolo, comprar en una subasta. Y con un dedo podemos, agachándolo, comprar en Internet. Con un solo dedo podemos sacar plata de un cajero automático. Atracar a alguien simulando un revólver. Entrar al banco, revisar el saldo de la cuenta, hacer una transferencia, pagar la luz, apagar la luz, pagar el celular, apagar el celular. Con un solo dedo podemos quebrarnos. Y podemos también quebrarnos un dedo.
Podemos pedir permiso para hacer una pregunta levantando un dedo. Y decir que no sabemos la respuesta moviendo, de un lado a otro, el mismo dedo. Podemos investigar o hacer copy/paste. Y en un computador o una Blackberry escribir un libro con un solo dedo. Imprimirlo, subirlo a la red, publicarlo y venderlo. Se puede ser famoso con un solo dedo.
Podemos hacer que alguien venga hacia nosotros moviendo un dedo. Con un dedo se ejerce autoridad. Pero también se invita, seductoramente. Podemos llamar al mesero, de costumbre sin éxito. Con solo señalar el menú, pedirle lo que queramos y en cualquier idioma. Podemos comer a la carta con un solo dedo. Y si todo está bueno, chupárnoslo. Con un dedo podemos tocar un instrumento y armar una banda con un iPhone.
Con un hilo amarrado al dedo nos basta para acordarnos. Mojando la punta, hacer que se pare una mariposa encima. Podemos pintarle ojos y boca y convertirlo en marioneta. Refregarnos un ojo, infectarlo, arrancárnoslo. Sacarnos un moco. Lanzar un mísil. Pegar un chicle bajo la mesa. Timbrar y salir corriendo. Halar el baño. Meter el dedo en una toma a ver si pasa corriente. Con un dedo podemos pasar por genios. O por idiotas.
Con un dedo podemos, si somos de la Selección Colombia, celebrar un gol en una eliminatoria. Con un dedo podemos promover el consumo de cerveza. Con un dedo podemos, si somos extraterrestres de una película de Spielberg, comunicarnos con los humanos. Con un dedo podemos facturar millones de dólares. Con un dedo podemos, si somos el Adán de Miguel Ángel, tocar a Dios en la Capilla Sixtina. Con un dedo podemos atraer a millones de turistas. Con un dedo podemos, si somos el Tío Sam, ordenarle a un pueblo enlistarse en el ejército. Con un dedo podemos armar una guerra. O secarnos una lágrima.Y con un solo dedo podemos hacerles pistola a todos.
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