El síndrome de salomón- los hijos ante la separación de los padres
Cuentan las historias biblícas que dos madres peleaban por un niño, arguyendo cada una que era hijo suyo. Fueron a ver al sabio rey Salomón que decidió, al ver el problema, cortar al niño en dos para repartir a partes iguales. La historia termina con el llanto de la auténtica madre a la que fue devuelto su hijo, lógicamente, entero.
Esta historia la vemos repetida en muchas ocasiones en la actualidad: los padres se separan y el niño, dividido entre dos afectos, sufre el síndrome de Salomón (Barbero y Bilbao, 2008).
Qué entendemos por el Síndrome de Salomón
Independientemente de que la separación paternal sea más o menos traumática,
el periodo de adaptación desde que se produce la separación hasta que se adquiere una nueva rutina, lleva aparejada un conjunto de alteraciones emocionales y sentimientos contrapuestos para los niños que ven como su estructura familiar cambia drásticamente.
Prestar atención a estos síntomas es la pieza clave para evitar trastornos psicólogicos de mayor calado.
Emociones y vivencias sobre la separación de los padres
Lógicamente
según la edad, el síndrome de Salomón toma una forma u otra.
La comunicación va a ser siempre la clave para mejorar la situación. Especialmente hay algo que nunca puede ser olvidado: los sentimientos de tristeza, abandono o culpabilidad que puedan sentir los niños deben ser expresados y escuchados.
Regresiones, ansiedad, confusión emocional y lucha de lealtades son sentimientos comunes que hay que sacar al exterior.
Para un
niño pequeño la separación de los padres es vivida sólo como separación física y la suelen sentir como si fuese algo temporal. Con su pensamiento egocéntrico se sienten tremendamente culpables al pensar que ellos han provocado la ruptura.
A medida que
el niño se adentra en la adolescencia, su mayor desarrollo intelectual y emocional, le permiten considerar las situaciones producidas y comprender motivos; siguen de todos modos buscando la culpa, esta vez en los propios progenitores o en situaciones externas.
De cualquier modo, no sólo es la edad la que marca la vivencia de la separación.
Factores como los cambios que dicha separación provoque en su vida, el modo en que los padres y el entorno cercano vivencia el problema y la propia personalidad del niño componen un puzzle para el que no hay recetas.
Comunicar a los hijos la separación
El síndrome de Salomón se produce inevitablemente, pero en manos de los adultos queda que su superación sea más o menos rápida. Y uno de los factores que marca el principio del fin es cómo los padres se comunican con sus hijos.
No hay un momento idóneo para contarlo. Es verdad lo que siempre se dice: los niños tienen una receptividad emocional enorme y probablemente lleven tiempo captando la incomodidad entre los padres y las discursiones. Pero, eso no quiere decir que entiendan que la ruptura definitiva va a producirse, así que
hay que hablar expresamente sobre el tema.
Lo primero es que el niño
entienda la separación. No se trata de hacerlo partícipe de culpas, quejas y riñas, sino que se trata de que comprendan que los padres ya no se llevan bien y han decidido terminar con la relación, potenciando la idea de que nadie tiene la culpa y de que va a ser para siempre.
Lo segundo es
observar los sentimientos y comportamientos de los niños, pidiendo ayuda psicológica precoz si se observa un exceso de culpabilidad o confusión.
Lo tercero es llegar a un
equilibrio entre la necesidad de mantener unas normas comunes en ambas casas, que el niño sepa que siempre se deberán cumplir
y la necesidad de crear rutinas diferentes a las que había antes, puesto que la situación ha cambiado.
En suma, una separación es siempre un momento de dolor, pero cualquier situación traumática conlleva una necesaria adaptación.
Es en el camino hacia la vuelta a la normalidad en lo que hay que ayudar al niño, de forma que se palien en la mayor medida posible los síntomas del síndrome de Salomón.
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