DORMIR POCO DA HAMBRE
Cuando no se duerme lo suficiente se ingieren casi 300
calorías diarias más que cuando se ha descansado debidamente, según un estudio
de la Universidad de Columbia (Estados Unidos). Ese efecto es especialmente
devastador para las mujeres, que son quienes más incrementan la ingesta de
alimentos en caso de falta de sueño: 329 calorías más frente a las 263 calorías
de los hombres (cuando las mujeres en principio necesitan menos calorías que
los hombres).
En una vida laboral de oficina, una mujer
precisa entre 1.800 y 2.200 calorías diarias, mientras que un hombre necesita
entre 2.500 y 3.500. Las 329 calorías equivalen, en el caso de ellas, a un
almuerzo ligero de más al día.
Calorías buenas y calorías malas
Y eso no es todo: calcular las calorías sin tener en
cuenta el tipo de alimento ingerido no tiene mucho sentido. Existen calorías
buenas y calorías malas. Las calorías malas son, principalmente, aquellas que
se encuentran en el almidón y en los cereales refinados, ya que causan picos de
insulina en la sangre, especialmente cuando se tuestan (pan tostado, aperitivos
fritos, cereales del desayuno, bollería, patatas fritas...). Las calorías
buenas son aquellas que se encuentran en el aceite crudo, la verdura y la fruta
fresca, las oleaginosas (nueces, almendras, nueces de Brasil...) y los
productos animales no transformados y cocinados a baja temperatura.
Además, son precisamente las mujeres que duermen poco,
más aun que los hombres, quienes tienen tendencia a consumir las calorías de
más en forma de aperitivos, pizzas, patatas fritas, golosinas y helados.
“El helado es el alimento preferido durante el
estado de falta de sueño”, sostiene Marie-Pierre Saint-Onge, profesora
adjunta de nutrición en la Universidad de Columbia y autora principal del
estudio. “La falta de sueño nos hace comer de más, lo cual deberá tenerse en
cuenta cuando se quiera perder peso".
Un combate contra nuestro propio cuerpo
Anteriores estudios han demostrado que no dormir lo
suficiente tiene las siguientes consecuencias en relación al apetito:
Aumenta los niveles de ghrelina, una hormona que estimula el apetito.
Disminuye los niveles de leptina, una hormona que suprime el hambre y
aumenta la velocidad del metabolismo, es decir, la generación de energía por el
cuerpo.
Es decir, luchar contra el apetito, y sobre todo
contra el picoteo, cuando no se ha dormido lo suficiente supone luchar contra
nuestro propio cuerpo, que nos envía en todos los sentidos señales para que nos
entren ganas de comer más.
Lo que nos lleva de nuevo a la cuestión de la
importancia de dormir bien.
Es difícil dormir bien.
Hay que tener en cuenta que en general estamos más
“ocupados” de lo que lo estaban nuestros padres o abuelos a nuestra edad.
No es que trabajemos más, pero ver la televisión hasta
tarde por la noche, tener internet las 24 horas del día, los smartphones (que
para muchos se han convertido en indispensables compañeros de vida, y para algunos,
por desgracia, en su mejor -por no decir único- “amigo”)… todos estos aparatos
nos estimulan hasta el punto de que los periodos de inactividad, de calma, de
descanso y de aburrimiento se reducen considerablemente. Muchos de nosotros
vivimos en entornos en los que dormir las horas necesarias supone todo un reto.
Porque cuando se tienen demasiadas cosas que hacer, el tiempo de sueño suele
ser lo primero que se sacrifica.
Y como en general no existe la posibilidad de
recuperar por las mañanas el tiempo de sueño perdido (por trabajo o por tener
que preparar a los hijos para el colegio), la única solución es acostarse más
temprano.
Solución milagrosa (a veces).
Una solución a menudo milagrosa al problema es
prescindir de la televisión. No resulta fácil, pero algo que todos podríamos
hacer es quitar la televisión del dormitorio. Si se sustituye la televisión por
la lectura en la cama, en seguida se sentirán los párpados pesados y mejorará
la calidad del sueño.
Numerosos especialistas recomiendan establecer una
rutina que consiste básicamente en acostarse y levantarse a una misma hora
todos los días. Es evidente que se adapta mejor a nuestro “reloj biológico”,
pero la realidad es que no resulta fácil seguir esa norma. Demasiadas
dificultades, demasiados imprevistos ocupan nuestras vidas para que, como
hacían los antiguos campesinos, podamos acostarnos con la puesta de sol y
levantarnos con el canto del gallo.
En cambio, lo que sí podemos conseguir es meternos en
la cama un poco más temprano con una cierta regularidad. Adelantando la hora de
la cena nos quedará tiempo después para ordenar la casa, leer, charlar o
incluso para labores más importantes.
Aunque sobrevenga algo inesperado, podremos, en
principio, acostarnos una hora antes de lo habitual, lo que nos deja margen
para un buen y reparador descanso nocturno.
Si se está bien descansado, se picotea menos al día
siguiente y nuestras arterias nos lo agradecerán.
Y usted, ¿qué tal duerme? ¿Tiene alguna rutina
especial antes de ir a la cama? Le invito a compartir su experiencia con el
resto de lectores.