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TROYANA POESIAS: El tren expreso .... poema de Ramón de Campoamor
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 01/03/2014 12:52

Este es el poema que siempre más me gustó ... es largo pero hermoso ... y vale la pena .

De Ramón de Campoamor :

El tren expreso; Canto I, la noche

     

    I

    Habiéndome robado el albedrío
    Un amor tan infausto como mío,
    Ya recobrados la quietud y el seso,
    Volvía de París en tren expreso;
    Y cuando estaba ajeno de cuidado,
    Como un pobre viajero fatigado,
    Para pasar bien cómodo la noche
    Muellemente acostado,
    Al arrancar el tren subió a mi coche,
    Seguida de una anciana,
    Una joven hermosa,
    Alta, rubia, delgada y muy graciosa,
    Digna de ser morena y sevillana.

    II

    Luego, a una voz de mando
    Por algún héroe de las artes dada,
    Empezó el tren a trepidar, andando
    Con un trajín de fiera encadenada.
    Al dejar la estación, lanzó un gemido
    La máquina, que libre se veía,
    Y corriendo al principio solapada
    Cual la sierpe que sale de su nido,
    Ya al claro resplandor de las estrellas,
    Por los campos, rugiendo, parecía
    Un león con melena de centellas.

    III

    Cuando miraba atento
    Aquel tren que corría como el viento,
    Con sonrisa impregnada de amargura
    Me preguntó la joven con dulzura:
    "¿Sois español?" Y su armonioso acento,
    Tan armonioso y puro, que aún ahora
    El recordarlo sólo me embelesa,
    "Soy español" -la dije-, "¿y vos, señora?"
    "Yo", dijo, "soy francesa".
    "Podéis" -la repliqué con arrogancia-,
    "La hermosura alabar de vuestro suelo,
    Pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia
    Un país tan hermoso como el cielo".
    "Verdad que es el país de mis amores,
    El país del ingenio y de la guerra;
    Pero en cambio" -me dijo-, "es vuestra tierra
    La patria del honor y de las flores:
    No os podéis figurar cuánto me extraña
    Que, al ver sus resplandores,
    El sol de vuestra España
    No tenga, como el de Asia, adoradores".
    Y después de halagarnos obsequiosos
    Del patrio amor el puro sentimiento,
    Entrambos nos quedamos silenciosos
    Como heridos de un mismo pensamiento.

    IV

    Caminar entre sombras es lo mismo
    Que dar vueltas por sendas mal seguras
    En el fondo sin fondo de un abismo.
    Juntando a la verdad mil conjeturas,
    Veía allá a lo lejos, desde el coche,
    Agitarse sin fin cosas oscuras,
    Y en torno, cien especies de negruras
    Tomadas de cien partes de la noche.
    ¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!
    ¡Lamentos de la máquina espantosos
    Que agregan el terror y el desvarío
    A todos estos limbos misteriosos!
    ¡Las rocas que parecen esqueletos!
    ¡Las nubes con extrañas abrasadas!
    ¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!
    ¡El horror que hace grandes los objetos!
    ¡Claridad espectral de la neblina!
    ¡Juegos de llama y humo indescriptibles!
    ¡Unos grupos de bruma blanquecina
    Esparcidos por dedos invisibles!
    ¡Masas informes... límites inciertos!
    ¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!
    ¡Horizontes lejanos que parecen
    Vagas costas del reino de los muertos!
    ¡Sombra, humareda, confusión y nieblas!
    ¡Acá lo turbio... allá lo indiscernible
    Y entre el humo del tren y las tinieblas,
    Aquí una cosa negra, allí otra horrible!

    V

    ¡Cosa rara! Entretanto,
    Al lado de mujer tan seductora
    No podía dormir, siendo yo un santo
    Que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.
    Mil veces intenté quedar dormido,
    Mas fue inútil empeño:
    Admiraba a la joven, y es sabido
    Que a mí la admiración me quita el sueño.
    Yo estaba inquieto, y ella,
    Sin echar sobre mí mirada alguna,
    Abrió la ventanilla de su lado
    Y, como un ser prendado de la luna,
    Miró al cielo azulado;
    Preguntó, por hablar, qué hora sería,
    Y al ver correr cada fugaz estrella,
    "Ved un alma que pasa", me decía.

    VI

    "¿Vais muy lejos?", con voz ya conmovida
    Le pregunté a mi joven compañera.
    "Muy lejos" -contestó-, "¡voy decidida
    A morir a un lugar de la frontera!"
    Y se quedó pensando en lo futuro,
    Su mirada en el aire distraída
    Cual se mira en la noche un sitio oscuro
    Donde fue una visión desvanecida.
    "¿No os habréis divertido?",
    La repliqué galante,
    "La ciudad seductora
    En donde todo amante
    Deja recuerdos y se trae olvido?"
    "¿Lo traéis vos?" -me dijo con tristeza-.
    "Todo en París lo hace olvidar, señora"
    Le contesté, "la moda y la riqueza.
    Yo me vine a París desesperado,
    Por no ver en Madrid a cierta ingrata".
    "Pues yo vine" -exclamó-, "y hallé casado
    A un hombre ingrato a quién amé soltero"
    "Tengo un rencor"- le dije-, "que me mata"
    "Yo una pena" -me dijo-, "que me muero"
    Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,
    Siendo su mente espejo de mi mente,
    Quedándose en silencio un grande rato
    Pasó una larga historia por su frente.

    VII

    Como el tren no corría, que volaba,
    Era tan vivo el viento, era tan frío,
    Que el aire parecía que cortaba:
    Así el lector no extrañará que, tierno,
    Cuidase de su bien más que del mío,
    Pues hacía un gran frío, tan gran frío,
    Que echó al lobo del bosque aquel invierno.
    Y cuando ella, doliente,
    Con el cuerpo aterido,
    "Tengo frío", me dijo dulcemente
    Con voz que, más que voz, era un balido,
    Me acerqué a contemplar su hermosa frente,
    Y os juro, por el cielo,
    Que, a aquel reflejo de la luz escaso,
    La joven parecía hecha de raso,
    De nácar, de jazmín y terciopelo;
    Y creyendo invadidos por el hielo
    Aquellos pies tan lindos,
    Desdoblando mi manta zamorana,
    Que tenía más borlas, verde y grana
    Que todos los cerezos y los guindos
    Que en Zamora se crían,
    Cual si fuese una madre cuidadosa,
    Con la cabeza ya vertiginosa,
    La tapé aquellos pies, que bien podrían
    Ocultarse en el cáliz de la rosa.

    VIII

    ¡De la sombra y el fuego al claroscuro
    Brotaban perspectivas espantosas,
    Y me hacía el efecto de un conjuro
    Al reverberar en cada muro
    De las sombras las danzas misteriosas!
    ¡La joven que acostada traslucía
    Con su aspecto ideal, su aire sencillo,
    Y que, más que mujer, me parecía
    Un ángel de Rafael o de Murillo!
    ¡Sus manos por las venas serpenteadas
    Que la fiebre abultaba y encendía,
    Hermosas manos, que a tener cruzadas
    Por la oración habitual tendía.
    ¡Sus ojos, siempre abiertos, aunque a oscuras,
    Mirando al mundo de las cosas puras!
    ¡Su blanca faz de palidez cubierta!
    ¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas
    La celestial fijeza de una muerta!
    Las fajas tenebrosas
    Del techo, que irradiaba tristemente
    Aquella luz de cueva submarina;
    Y esa continua sucesión de cosas
    Que así en el corazón como en la mente
    Acaban por formar una neblina!
    ¡Del tren expreso la infernal balumba!
    ¡La claridad de cueva que salía
    Del techo de aquel coche, que tenía
    La forma de la tapa de una tumba!
    ¡La visión triste y bella
    De sublime concierto
    De todo aquel horrible desconcierto,
    Me hacía traslucir en torno de ella
    Algo vivo rondando un algo muerto!

    IX

    De pronto, atronadora,
    Entre un humo que surcan llamaradas,
    Despide la feroz locomotora
    Un torrente de notas aflautadas,
    Para anunciar, al despertar la aurora,
    Una estación que en feria convertía
    El vulgo con su eterna gritería,
    La cual, susurradora y esplendente,
    Con las luces del gas brillaba enfrente;
    Y al llegar, un gemido
    Lanzando prolongado y lastimero,
    El tren en la estación entró seguido
    Cual si entrase un reptil a su agujero.

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De: Ruben1919 Enviado: 01/03/2014 12:56

    I

    Y continuando la infeliz historia,
    Que aún vaga como un sueño en mi memoria,
    Veo al fin, a la luz de la alborada,
    Que el rubio de oro de su pelo brilla
    Cual la paja de trigo calcinada
    Por agosto en los campos de Castilla.
    Y con semblante cariñoso y serio,
    Y una expresión del todo religiosa,
    Como llevando a cabo algún misterio,
    Después de un "¡Ay, Dios mío!"
    Me dijo, señalando un cementerio:
    "¡Los que duermen allí no tienen frío!"

    II

    El humo, en ondulante movimiento,
    Dividiéndose a un lado y a otro lado,
    Se tiende por el viento
    Cual la crin de un caballo desbocado.
    Ayer era otra fauna, hoy otra flora;
    Verdura y aridez, calor y frío;
    Andar tantos kilómetros por hora
    Causa al alma el mareo del vacío;
    Pues salvando el abismo, el llano, el monte.
    Con un ciego correr que al rayo excede,
    En loco desvarío
    Sucede un horizonte a otro horizonte
    Y una estación a otra estación sucede.

    III

    Más ciego cada vez por su hermosura
    De la mujer aquella,
    Al fin la hablé con la mayor ternura,
    A pesar de mis muchos desengaños;
    Porque al viajar en tren con una bella
    Va, aunque un poco al azar y a la ventura,
    Muy deprisa el amor a los treinta años.

    "¿Y, a dónde vais ahora?",
    Pregunté a la viajera.
    "Marcho, olvidada por mi amor primero",
    Me respondió sincera,
    "A esperar el olvido un año entero".
    "Pero, ¿y después?" -le pregunté-, "señora"
    "Después" -me contestó-, "¡lo que Dios quiera!".

    IV

    Y porque así sus penas distraía,
    Las mías le conté con alegría
    Y un cuento amontoné sobre otro cuento,
    Mientras ella, abstrayéndose, veía
    Las gradaciones de color que hacía
    La luz descomponiéndose en el viento.
    Y haciendo yo castillos en el aire,
    O, como dicen ellos, en España,
    La referí, no sé si con donaire,
    Cuentos de Homero y de Maricastaña.
    En mis cuadros risueños,
    Pintando mucho amor y mucha pena,
    Como el que tiene la cabeza llena
    De heroínas francesas y de ensueños,
    Había cada llama
    Capaz de poner fuego al mundo entero;
    Y no faltaba nunca un caballero
    Que, por gustar solícito a su dama,
    La sirviese, siendo héroe, de escudero.
    Y ya de un nuevo amor en los umbrales,
    Cual si fuese el aliento nuestro idioma,
    Más bien que con la voz, con las señales,
    Esta verdad tan grande como un templo
    La convertí en axioma:
    Que para dos que se aman tiernamente,
    Ella y yo, por ejemplo,
    Es cosa ya olvidada por sabida
    Que un árbol, una piedra y una fuente
    Pueden ser el edén de nuestra vida.

    V

    Como en amor es credo,
    O artículo de fe que yo proclamo,
    Que en este mundo de pasión y olvido,
    O se oye conjugar el verbo te amo,
    O la vida mejor no importa un bledo;
    Aunque entonces, como hombre arrepentido,
    Al ver una mujer me daba miedo,
    Más bien desesperado que atrevido,
    "Y, ¿un nuevo amor" -le pregunté amoroso-,
    "No os haría olvidar viejos amores?"
    Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,
    Contestó con acento cariñoso:
    "La tierra está cansada de dar flores;
    Necesito algún año de reposo".

    VI

    Marcha el tren tan seguido, tan seguido,
    Como aquel que patina por el hielo,
    Y en confusión extraña,
    Parecen confundidos tierra y cielo,
    Monte la nube, y nube la montaña,
    Pues cruza de horizonte en horizonte
    Por la cumbre y el llano,
    Ya la cresta granítica de un monte,
    Ya la elástica turba del pantano;
    Ya entrando por el hueco
    De algún túnel que horada las montañas,
    A cada horrible grito
    Que lanzando va el tren, responde el eco,
    Y hace vibrar los muros de granito,
    Estremeciendo al mundo en sus entrañas;
    Y dejando aquí un pozo, allí una sierra,
    Nubes arriba, movimiento abajo,
    En laberinto tal, cuesta trabajo
    Creer en la existencia de la tierra.

    VII

    Las cosas que miramos
    Se vuelven hacia atrás en el instante
    Que nosotros pasamos;
    Y, conforme va el tren hacia adelante,
    Parece que desandan lo que andamos;
    Y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen
    En raudo movimiento
    Los postes del telégrafo, clavados
    En fila a los costados del camino,
    Y, como gota a gota, fluyen, fluyen,
    Uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,
    Y formando confuso y ceniciento
    El humo con luz un remolino,
    No distinguen los ojos deslumbrados
    Si aquello es sueño, tromba o torbellino.

    VIII

    ¡Oh mil veces bendita
    La inmensa fuerza de la mente humana
    Que así el ramblizo como el monte allana,
    Y al mundo echando su nivel, lo mismo
    Los picos de las rocas decapita
    Que levanta la tierra,
    Formando un terraplén sobre un abismo
    Que llena con pedazos de una sierra!
    ¡Dignas son, vive Dios, estas hazañas,
    No conocidas antes,
    Del poderoso anhelo
    De los grandes gigantes
    Que, en su ambición, para escalar el cielo
    Un tiempo amontonaron las montañas!

    IX

    Corría en tanto el tren con tal premura
    Que el monte abandonó por la ladera,
    La colina dejó por la llanura,
    Y la llanura, en fin, por la ribera;
    Y al descender a un llano,
    Sitio infeliz de la estación postrera,
    Le dije con amor: "¿Sería en vano
    Que amaros pretendiera?
    ¿Sería como un niño que quisiera
    Alcanzar a la luna con la mano?"
    Y contestó con lívido semblante:
    "No sé lo que seré más adelante,
    Cuando ya soy vuestra mejor amiga.
    Yo me llamo Constancia y soy constante;
    ¿Qué más queréis" -me preguntó-, "que os diga?"
    Y, bajando el andén, de angustia llena,
    Con prudencia fingió que distraía
    Su inconsolable pena
    Con la gente que entraba y que salía,
    Pues la estación del pueblo parecía
    La loca dispersión de una colmena.

    X

    Y con dolor profundo,
    Mirándome a la faz, desencajada
    Cual mira a su doctor un moribundo,
    Siguió: "Yo os juro, cual mujer honrada,
    Que el hombre que me dio con tanto celo
    Un poco de valor contra el engaño,
    O aquí me encontrará dentro de un año,
    O allí..." -me dijo, señalando el cielo-.
    Y enjugando después con el pañuelo
    Algo de espuma de color de rosa
    Que asomaba a sus labios amarillos,
    El tren (cual la serpiente que, escamosa,
    Queriendo hacer que marcha, y no marchando,
    Ni marcha ni reposa)
    Mueve y remueve, ondeando y más ondeando,
    De su cuerpo flexible los anillos;
    Y al tiempo en que ella y yo, la mano alzando,
    Volvimos, saludando, la cabeza,
    La máquina un incendio vomitando,
    Grande en su horror y horrible en su belleza,
    El tren llevó hacia sí pieza por pieza,
    Vibró con furia y lo arrastró silbando.

 
sigue :

Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 01/03/2014 13:02

    I

    Cuando un año después, hora por hora,
    Hacia Francia volvía
    Echando alegre sobre el cuerpo mío
    Mi manta de alamares de Zamora,
    Porque a un tiempo sentía,
    Como el año anterior, día por día,
    Mucho amor, mucho viento y mucho frío,
    Al minuto final del año entero
    A la cita acudí cual caballero
    Que va alumbrando por su buena estrella;
    Mas al llegar a la estación aquella
    Que no quiero nombrar, porque no quiero,
    Una tos de ataúd sonó a mi lado,
    Que salía del pecho de una anciana
    Con cara de dolor y negro traje.
    Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,
    Y echándome un papel por la ventana:
    "Tomad" -me dijo-, "y continuad el viaje".
    Y cual si fuese una hechicera vana
    Que después de un conjuro, en la alta noche
    Quedase entre la sombra confundida,
    La mujer, más que vieja, envejecida,
    De mi presencia huyó con ligereza
    Cual niebla entre la luz desvanecida,
    Al punto en que, llegando con presteza
    Echó por la ventana de mi coche
    Esta carta tan llena de tristeza,
    Que he leído más veces en mi vida
    Que cabellos contiene mi cabeza.

    II

    "Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
    Cuenta os dará de la memoria mía.
    Aquel fantasma soy que, por gustaros,
    Juró estar viva a vuestro lado un día.
    "Cuando lleve esta carta a vuestro oído
    El eco de mi amor y mis dolores,
    El cuerpo en que mi espíritu ha vivido
    Ya durmiendo estará bajo las flores.
    "Por no dar fin a la ventura mía,
    La escribo larga, casi interminable.
    ¡Mi agonía es la bárbara agonía
    Del que quiere evitar lo inevitable!
    "Hundiéndose al morir sobre mi frente
    El palacio ideal de mi quimera,
    De todo mi pasado, solamente
    Esta pena que os doy borrar quisiera.
    "Me rebelo a morir, pero es preciso
    ¡El triste vive y el dichoso muere!
    ¡Cuando quise morir, Dios no lo quiso;
    Hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
    "¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
    Me repita esta voz tan repetida;
    Que las cosas más íntimas ahora
    Se escapan de mis labios con mi vida.
    "Hasta furiosa, a mí que ya no existo,
    La idea de los celos me importuna;
    ¡Juradme que esos ojos que me han visto
    Nunca el rostro verán de otra ninguna!
    "Y si aquella mujer de aquella historia
    Vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
    Aunque os ame, gemid en mi memoria;
    ¡Yo os hubiera también amado tanto!
    "Mas tal vez allá arriba nos veremos,
    Después de esta existencia pasajera,
    Cuando los dos, como en el tren, lleguemos
    De vuestra vida a la estación postrera.
    "¡Ya me siento morir! El cielo os guarde.
    Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
    De mirar al lucero de la tarde,
    Esa estrella que siempre ha sido mía.
    "Pues yo desde ella os estaré mirando;
    Y como el bien con la virtud se labra,
    Para verme mejor, yo haré, rezando,
    Que Dios de par en par el cielo os abra.
    "¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
    Que os cita, cuando os deja, para el cielo!
    ¡Si es verdad que me amasteis un instante,
    Llorad, porque eso sirve de consuelo!
    "¡Oh Padre de las almas pecadoras!
    ¡Conceded el perdón al alma mía!
    ¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
    Mas sufrí por más tiempo todavía!
    "¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,
    No sé decir lo que deciros quiero.
    Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
    Que sufro, que os amaba y que me muero".

    III

    Al ver de esta manera
    Trocado el curso de mi vida entera
    En un sueño tan breve,
    De pronto se quedó, de negro que era,
    Mi cabello más blanco que la nieve.
    De dolor traspasado
    Por la más grande herida
    Que a un corazón jamás ha destrozado
    En la inmensa batalla de la vida,
    Ahogado de tristeza,
    A la anciana busqué desesperado;
    Mas fue esperanza vana,
    Pues, lo mismo que un ciego, deslumbrado,
    Ni pude ver la anciana,
    Ni respirar del aire la pureza,
    Por más que abrí cien veces la ventana
    Decidido a tirarme de cabeza.
    Cuando, por fin, sintiéndome agobiado
    De mi desdicha al peso
    Y encerrado en el coche maldecía
    Como si fuese en el infierno preso,
    Al año de venir, día por día,
    Con mi grande inquietud y poco seso,
    Sin alma y como inútil mercancía,
    Me volvió hasta París el tren expreso.


Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: viajero Enviado: 01/03/2014 19:51
Gracias amigo, me trasladaste al tiempo de la poesia clásica española. Nada mejor como exponente  que  Don  Ramon de Campoamor.
 
El Viajero


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