“Tener a la muerte por consejera” es una buena cosa, dicen los sabios toltecas. Ser conscientes de que este cuerpo, esta personalidad, está máscara con la que ahora vives es perecedera es una buena manera de no perder el tiempo.
Hace ahora cuatro años se me vino encima toda mi inmensa fragilidad de ser humano. De la noche a la mañana, sin previo aviso, o mejor dicho, sin que me diese cuenta de los avisos que hubo, el cuerpo físico dijo “hasta aquí”. Fue un “pequeño” aviso que requirió muchos meses de trabajo interno, cuidados médicos y cuidados amorosos por parte de quienes me rodeaban. Desde entonces, cada año aprovecho esta fecha para celebrar mi cuerpo y la vida y los millones de células que hacen posible que cada día camine, digiera, respire, sueñe, anhele…
Sumidos en la inconsciencia, los seres humanos nos creemos importantes, indestructibles y eternos. Creemos merecer el cielo azul y la suave brisa, el cuerpo ágil y la mente activa, la casa, el coche, los amigos, la nieve. Sin embargo todo lo que nos rodea en este momento es un préstamo que la Vida nos concede por un instante.
Venimos a este mundo con un tiempo determinado, nuestro cuerpo viene con fecha de caducidad. También nuestra personalidad. Todas esas etiquetas que nos hemos colocado y que nos sirven de señas de identidad, son también impermanentes. Algún día tendremos que soltar todo lastre que nos ata a esta realidad conocida y volar.
Lo que decidamos hacer en este tiempo es cosa de cada quien. Podemos aprovechar esta oportunidad para aprender, cuidar, sonreír, conocernos mejor; para apoyarnos unos a otros, para construir… o podemos gastar el tiempo hipnotizados por las maravillas y dolores de este mundo de maya, lamentándonos, quejándonos, protestando como niños rebeldes o adaptándonos sumisamente, apegados a esa cantidad de etiquetas que dicen como somos y que tanto pesan… Podemos hacer lo que queramos, pero lo cierto es que el tiempo y la salud y las fuerzas se van agotando y tarde o temprano se acabarán. Y esto no depende de que lo creamos o no, ni la meditación ni las técnicas de sanación ni el estudio o el pensamiento positivo cambiará esto: es el Samsara en el que nacemos y al que retornamos una y otra vez.
Mejor entonces utilizar este tiempo para despertar. Mejor emplear el tiempo que se nos da como regalo en este planeta Tierra, Madre de Todos, para morir cada día… “Mutu kabla, anta mutu”, “muere antes de morir”, danzamos esta muerte mística junto a los sabios toltecas, sufíes, cristianos… Morir a lo que no eres para poder vivir eternamente a lo que Eres… ¿Y quien eres? ¿quien soy? es la pregunta para el despertar… No te des una respuesta rápida, no me expliques tu curriculum o tus posesiones, no hagas una descripción de tus rasgos físicos o de tu personalidad o de tus habilidades y conocimientos. No. Todo eso no eres tú. Todo lo que puedas decirme con palabras, no eres tú. Mejor permanece en silencio y deja que la respuesta se devele a sí misma: ¿quien eres? ¿de donde vienes?
Y entonces sí, fluir en el tiempo, sin pausa (sin las distracciones del ego) y sin prisa (sin el estrés de que no estamos haciendo lo suficiente) para avanzar en el Amor. En el Amor cotidiano y pequeño, en el amor de cada día: hablar palabras de Amor, moverte con los gestos del Amor, dejar que tu mente sea receptáculo del Amor, con los vecinos, los amigos, con el desconocido que te encuentras un instante en el supermercado, con la familia, en el trabajo y, como no, contigo mism@. Morir a lo impermanente para renacer día a día en lo que Es, para que desde nuestro corazón pueda manar la Fuente inagotable del Amor.
Esa es una buena forma de vivir la vida.