Doce de la noche en un barrio señorial de Madrid. Ana aparece por la puerta de un local que se camufla entre la normalidad de la calle. La acompaña su marido, Roberto, que le da las llaves al aparcacoches y entra con ella. Al atravesar una cortina roja se abre un mundo nuevo, secreto y diferente al del exterior.
Ana y Roberto acuden cada fin de semana a este local. Viernes y sábados, sin falta, asisten a su cita con el juego, el deseo y la atracción. Son swingers, comparten su sexualidad con otras parejas, aunque solo de la cortina para dentro. Llevan 22 años casados y desde hace once llevan a cabo este tipo de experiencias con dos reglas: solo existe intercambio si los dos quieren y deben permanecer siempre en contacto. Si en algún momento alguno no se encuentra cómodo, se detiene el proceso. Uno no puede sufrir por el disfrute del otro. «Es vital que la pareja entre por la puerta con un acuerdo de mínimos, sabiendo lo que están dispuestos a hacer y lo que no», señala Roberto.
Su relación se basa en el respeto, un aspecto «esencial» en este tipo de parejas. Aseguran que su matrimonio se ha visto fortalecido desde que se convirtieron en swingers. «Teníamos curiosidad por cómo sería el ambiente, nos atraía la idea y decidimos probar», cuenta Ana, que ha visto cumplidos algunos de sus sueños más ocultos. «A veces te obsesionas con una persona, pero si te la encuentras aquí, realizas el deseo y la fantasía desaparece», indica.
A ellos les interesa más la parte social del ambiente. «Nos gusta el sexo, pero no somos animales», dice Ana. Les excita el juego, el tonteo, el ligue que podrían encontrar en cualquier discoteca si estuviesen solteros. Pero no es así; están casados y de cortinas para fuera nadie entiende su forma de vida. Por eso la guardan en secreto. Lo que ocurre tras la cortina, tras la cortina se queda.
Raquel y Alberto son más directos. Tienen 31 y 35 años y no se consideran adictos al sexo, «pero casi». Acuden de forma habitual a locales liberales, donde les gusta practicar sexo en grupo. Alrededor de una piscina –o dentro en ocasiones– se juntan dos parejas. O tres. O cuatro. Todo forma parte del juego y una simple caricia permite la entrada en la fiesta.
Raquel se baña desnuda en la piscina. Alberto la observa mientras se toma una copa. No es el único; en la mesa de al lado, una pareja se ha fijado en ella y se acerca cuando sale del agua. Casi ni se hablan, bastan las miradas para que empiecen a besarse. Cada uno con la pareja del otro hasta que la temperatura se caldea y pasan a mayores. Un hombre se aproxima y le hace una caricia a Raquel. Ella le retira la mano. Él no insiste. Un «no» es un «no», es la regla sagrada en este tipo de encuentros.
Sofía y Andrés son prácticamente vírgenes en el ambiente. Para ellos, todo empezó hace dos años, cuando Sofía accedió a cumplir la fantasía de Andrés de verla con otro hombre. «Quería hacerle feliz», confiesa. Le gustó, pero aún no se ha atrevido a repetirlo. «Espero que no me cueste tanto convencerla como la otra vez», bromea Andrés. Encontraron a su invitado a través de las redes sociales. Cada vez son más numerosas las páginas que ponen en contacto a parejas de swingers a través de internet y que contrastan con el ambiente de los locales. «Nos daba un poco de vergüenza ir a una sala liberal y preferimos la intimidad de nuestra casa», cuenta Sofía. Sin embargo, no es algo que recomienden los más experimentados, ya que no es «del todo seguro». «En los locales te sientes protegido en todo momento, pero en casa existe un mínimo peligro. Al fin y al cabo, no sabes con quién te puedes encontrar», explica Roberto.
MÁS DE 100 LOCALES EN ESPAÑA
El mundo swinger se instaló en España a finales de los 80, cuando Trama abrió sus puertas en Madrid. 25 años más tarde, hay seis locales en la capital y poco más de cien en España. Trama ya ha echado el cierre y sus dueños se han retirado, pero sus hijos se han encargado de seguir con el negocio familiar situar otro local como la referencia del ambiente madrileño.
Patricia es una de las dueñas y ejerce de relaciones públicas en Fusión Vip, uno de los tres establecimientos de la familia. Se encarga de enseñar el local a los que cruzan la cortina sin saber muy bien qué van a encontrar dentro. Por un precio de entre 30 y 50 euros, cada viernes y cada sábado, son más de 120 parejas las que entran con ganas de divertirse, de las que entre un 60 y un 70 por ciento no son habituales. «Les explico todo desde cero y les enseño las reglas básicas», indica. Todo está permitido, pero «siempre desde el respeto».
Los swingers, sin embargo, no son un invento actual. En la antigua Grecia, las fiestas y las comedias celebradas en honor al dios Dionisos se caracterizaban por el erotismo. Las orgías se desarrollaban en la noche del solsticio de invierno, en la que hombres y mujeres se disfrazaban de sátiros y ninfas. En ellas, «más de uno se atrevía a indagar en inéditos caminos de la sexualidad que en circunstancias normales nunca hubiera soñado recorrer», como asegura el escritor Juan Eslava en su obra Amor y sexo en la Antigua Grecia. Todo por la diversión.
NO DEBE SER UN TABÚ
Los sexólogos avalan este tipo de prácticas, especialmente en matrimonios que han perdido la fogosidad del inicio de la relación. «Es una opción. La mayoría no la elige, solo lo hace entre un tres y un cinco por ciento de las parejas, pero todas tienen esa posibilidad», señala Miguel Ángel Cueto, secretario general de la Federación Española de Sociedades de Sexología.
Se trata de una opción que Laura tiene en la cabeza desde hace unos meses. Tiene 47 años y su terapeuta se lo recomendó al contarle que tenía problemas en la cama con su marido. Aún no se ha atrevido porque cree que es una decisión que no se debe «tomar a la ligera» y que debe ser «consensuada por la pareja», algo que confirma Cueto. «Los dos deben ser maduros y tener mucho cuidado con los elementos que matan la relación: los celos y la culpa», indica el sexólogo antes de rechazar todos los tabúes que rodean al entorno swinger. «No se acaba de entender culturalmente que haya una pareja de tipo abierta, pero el sexo nunca se debe considerar como algo prohibido». Ya lo dijo Woody Allen, «existen dos cosas importantes en la vida: una es el sexo y de la otra no me acuerdo».