Por Ildefonso Olmedo
Escrito está que fue en Granada, a las afueras, en un barranco. Alumbrados por la luz de un coche, cuando aún no amanecía en aquella destemplada madrugada de verano del 36, con el termómetro marcando 16 grados, siete hombres en pelotón, con pistolas Astra y fusiles Mauser, dieron “dos tiros en la cabeza al cabezón”. El grito fanfarrón del medio primo de Federico García Lorca, el pistolero Antonio Benavides Benavides, propagaría enseguida cómo murió el poeta. Un porqué lo añadiría con mayor desprecio aún un compinche del maldito pariente: “Dos tiros en el culo por maricón”. Después silencio, impunidad, medias verdades. Y una fosa nunca encontrada. ¿Dónde escondieron el cuerpo? ¿Sigue junto al maestro Dióscoro y los anarquistas Galadí y Arcollas?
La imagen es a color. Han pasado 78 años y retrata la tierra del viejo pozo donde, esta vez parece la definitiva, termina la búsqueda. Mírenla bien en esta página: es la foto tomada por un georradar GSSI modelo SIR 3000 (con antena de 400 MHZ de frecuencia central) de la tierra donde fueron arrojados los restos del poeta y sus tres compañeros de tragedia. La foto de la fosa de Lorca.
Rodeada por un entorno color violeta oscuro, que representa la tierra nunca removida, una secuencia de verdes, amarillos y rojos perfila dos hondonadas. Dos “anomalías detectadas”, según la terminología del informe geofísico que firma el catedrático Francisco García, el retratista. La hondonada grande tiene 5,5 metros de largo, 1,5 de ancho y se mete tierra abajo dos metros. La pequeña, esa leve sombra de color en forma de triángulo invertido, mide 1×1 metros y 80 centímetros de profundidad. “Cuando echaron los cuatro cuerpos al pozo, los socialistas y masones obligados a hacer de enterradores sacaron de allí al lado, excavando, la tierra para cubrir a los muertos…”. La arena gris de la que murmuraban los testigos de la matanza.
La última verdad de Federico está a punto de salir de la tierra. La excavación, este viernes santificada por la Junta de Andalucía en rueda de prensa, llevará pronto a arqueólogos, historiadores y forenses al lugar de siempre, y nunca hallado. Al barranco de Víznar en Alfacar, en Granada. A los llanos de Corbera o Peñón Colorado. Al campo de instrucción para las milicias de Falange. A la plaza de armas usada por las tropas al mando del capitán Nestares de las que saldría el piquete de la infamia… A esa misma explanada en la que, mientras duró la Guerra Civil, pasaron revista a las tropas desde Queipo de Llano (1937) a Pilar Primo de Rivera (1938). Hasta misas de campaña hubo sobre la tierra ensangrentada.
El lugar de siempre. Es la verdad que la propia hermana del poeta dijo y nadie quiso mirar, cuando intentaron hacer del baldío un terreno de fútbol. Palabra de Isabel García Lorca, en carta del 13 de octubre de 1998 que tuvo eco hasta en The New York Times: “Ha llegado a mis oídos el plan que tiene el ayuntamiento de Alfacar, que usted [Juan Caballero Leyva, alcalde] preside, de hacer un campo de fútbol justo donde fueron a caer miles de hombres asesinados, muchos de ellos correligionarios suyos, socialistas. También está ahí mi hermano, Federico García Lorca… Piensen hasta dónde arrastran el nombre ya famoso de aquel lugar, conocido porque allí reposan los restos de Federico”.
Junto a un árbol, sí.
Con esa brújula -”allí reposan los restos de Federico”-, hasta allí se apresta ya a la búsqueda final un pelotón desarmado. Hasta un miembro de la Real Academia Británica se ha sumado. Y al frente, Miguel Caballero, el investigador lorquiano que ya fue capaz de poner nombre, en su libro Las 13 últimas horas en la vida de Federico García Lorca (Ed. La Esfera, 2011), al pelotón secreto de siete hombres que fusiló al poeta, a un maestro con muletas y a dos banderilleros anarquistas en el paraje del Peñón Colorado. “Según los que lo enterraron, Federico era el segundo por la izquierda”, que dijo en 1970 el capitán Nestares a Eduardo Molina Fajardo, el falangista y director del diario Patria autor de Los últimos días de García Lorca.
“La corrupción salvó la fosa”
Ahora, Caballero, flanqueado por el arqueólogo Javier Navarro y el catedrático de geofísica Francisco García, cree tener cerrado el círculo. La foto telúrica del georradar casa como un guante con los testimonios orales y documentales recabados en décadas de pesquisas. Con un secreto añadido más. “La corrupción salvó la fosa de Federico”, lanza Caballero para explicarse enseguida. Investigando el intento de campo de fútbol con el que el Ayuntamiento de Alfacar quiso a finales de los 80 dar provecho a aquellos llanos, el granadino dio con dos verdades más. Una, la carta inequívoca de la hermana del poeta; dos, los documentos del escándalo que finalmente paralizó el proyecto deportivo. “Se vertió tierra, pero nunca se abrieron las zanjas de 70 centímetros de profundidad proyectadas para el drenaje del campo… Por eso digo que chanchullos y extrañas adjudicaciones de obraimpidieron, fíjate lo que son las cosas, que se destruyera sin remedio la fosa de Lorca”.
Como en una matriusca rusa, los restos del poeta de Fuente Vaqueros se ocultarían bajo dos sepulturas sucesivas. Los pozos donde arrojaron los cuerpos de los paseados, aquel suelo de 1936, está a su vez “cubierto con materiales de relleno que alcanzan una potencia de dos metros”, se dice en el informe de los promotores de la nueva búsqueda para convencer a la Junta de Andalucía y lograr el plácet, ya dado.
A Caballero le tocó la labor de verificación histórica y documentación gráfica de los hechos y testimonios que, expurgados con el paso del tiempo y las muchas mentiras dichas, conduce a las coordenadas [UTM: X=451.352,42; Y= 4.121.789,60 (37º 14' 28.93'' de latitud N y 3º 32' 54.55'' de longitud W)] en las que el georradar ha retratado la “anomalía en forma de cubeta”. Dicho a ras de suelo: “Pasado el puentecillo, veinticuatro pasos y a la izquierda… Ahí está la fosa”.
Lo dice Caballero y también, metro arriba metro abajo, el tercer hijo del capitán Nestares, Fernando José Nestares García-Trevijano, hoy octogenario y general retirado. En los 70, contó al propio Caballero, visitó el paraje Peñón Colorado con tres de los miembros del piquete de ejecución. Dos que no quiso mentar y “ese tipo con vocación para asesinar” que fue Antonio Benavides, el pariente lejano de Lorca emparentado con la familia de La casa de Bernarda Alba. El de la vomitona: “Le he dado dos tiros en la cabeza al cabezón”…
Ahora hablará la tierra. Mientras, habrá quien recite para adentro aquel verso de Poeta en Nueva York (1930) “Destrozaron tres esqueletos/ para arrancar sus dientes de oro…/ Ya no me encontraron”, o quien prefiera, acordándose de sus verdugos, aquel otro del mismo poemario que el granadino escribió y tachó: “Y me ofrezco a ser devorado por campesinos españoles”. Así fue. Hijo de jornaleros era Mariano Ajenjo Moreno, jefe del piquete. También sangre de campo corría por las venas de Antonio Benavides, pariente del padre de Lorca torcido antes en la guerra de Marruecos, en la toma del monte Gurugú… Aquí, estallada la guerra, sembraba el terror como miembro de las terribles escuadras negras. Por eso, este falangista habilitado apenas un mes antes como guardia de asalto estaba bravucón al pie del pozo la madrugada del 17 de agosto de 1936.
La luna, oculta por las nubes, cruzaba el cielo en cuarto menguante. Dicen que Federico iba en pijama. Enfrente, Mariano, Benavides, Salvador Varo Leyva, Antonio Hernández Jiménez, Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco y Fernando Moles Peretrina.Todos de la escuadra Alfaguara. Seis hombres sin piedad y uno con remordimientos, el experto tirador con pistola y fusil Cascales. “Esto no es para mí, no”, era su lamento cuando le convocaban a fusilar. Dicen que aquel “buen hombre” terminaría loco la batalla fratricida.
¿Y los “tres esqueletos” premonitorios? Junto a Lorca fueronfusilados y arrojados al pozo el maestro republicano Dióscoro Galindo González y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas. Sobre todos ellos, antes que la tierra, quedó la muleta. Un testimonio más reunido por Caballero: “Era algo así como un pozo alargado… pero con forma de pozo, de haber sacado de allí tierra gris… Encima de ellos estaba la muleta [del maestro Dióscoro]“. Y aún más: “Sí , la muleta la tenían, encima de ellos… Estará ya podrida”.
También recoge el investigador lorquiano, por si quienes se malician que Lorca fue removido de su sepultura apuntaran verdad, unas palabras del agricultor y panadero Espigares lanzadas en 1970. A saber, que una señora, con autorización del Gobierno Civil, fue allí -a los pozos- a retirar restos de una fosa, y que en el pueblo de Alfacar se supuso que eran los de Federico García Lorca.
Por escribir queda lo que ahora salga a la luz. Dice el informe que sirve de prólogo a la excavación que “los resultados obtenidos de la investigación geofísica son significativamente coincidentes con las informaciones recogidas en la investigación histórica”. Por ello proponen “el vaciado controlado del relleno que cubre la zona donde se ha evidenciado las anomalías geofísicas y, una vez delimitadas, excavarlas con metodología arqueológica”. 800 metros cúbicos de tierra abajo está la última verdad. Nadie pretende destrozar esqueletos ahora, ni buscar los dientes de oro del poema neoyorquino. Si acaso, una muleta, un maestro, dos banderilleros y un poeta.
“Allí reposan los restos de Federico” -Isabel García Lorca/ “Fue fusilado en unos antiguos pozos abiertos para buscar agua”-Joaquín Espigares, agricultor de la zona y pariente de uno de los integrantes del piquete ejecutor/ “Según los que lo enterraron, Federico era el segundo por la izquierda” -Capitán Nestares, jefe de los guardias de asalto que fusilaron a Lorca la madrugada del 17 de agosto de 1936.
(Tomado de El Mundo, España)