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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 19/11/2014 11:01 |
Para ver que todo se ha ido, para ver los huecos y los vestidos, ¡dame tu guante de luna, tu otro guante perdido en la hierba, amor mío!
Puede el aire arrancar los caracoles muertos sobre el pulmón del elefante y soplar los gusanos ateridos de las yemas de luz o las manzanas.
Los rostros bogan impasibles bajo el diminuto griterío de las yerbas y en el rincón está el pechito de la rana turbio de corazón y mandolina.
En la gran plaza desierta mugía la bovina cabeza cortada y eran duro cristal definitivo las formas que buscaban el giro de la sierpe.
Para ver que todo se ha ido dame tu mudo hueco,¡amor mío! Nostalgia de academia y cielo triste. ¡Para ver que se ha ido!
Dentro de tí,amor mío,por tu carne, ¡que silencio de trenes bocarriba! ¡cuanto brazo de momia florecido! ¡que cielo sin salida,amor,qué cielo!
Es la piedra en el agua y es la voz en la brisa bordes de amor que escapan de su tronco sangrante. Basta tocar el pulso de nuestro amor presente para que broten flores sobre los otros niños.
Para ver que todo se ha ido. Para ver los huevos de nubes y ríos. Dame tus manos de laurel,amor. ¡Para ver que todo se ha ido!
Ruedan los huecos puros,por mi,por tí,en el alba conservando las huellas de las ramas de sangre y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja instantáneo dolor de luna apuntillada.
Nira formas concretas que buscan su vacío. Perros equivocados y manzanas mordidas. Mira el ansia,la angustia de un triste mundo fósil que no encuentra el acento de su primer sollozo.
Cuando busco en la cama rumores del hilo has venido,amor mío,a cubrir mi tejado. El hueco de una hormiga puede llenar el aire, pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos.
No,por mis ojos no,que ahora me enseñas cuatro ríos ceñidos en tu brazo, en la dura barraca donde la luna prisionera devora a un marinero delante de los niños.
Para ver que todo se ha ido ¡amor inexpugnable,amor huido! no,no me des tu hueco, ¡que ya va por el aire el mío! ¡Ay de tí,ay de mi,de la brisa! Para ver que se ha ido.
autor: Federico García Lorca vídeo: Angelina Gómez |
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De: viajero |
Enviado: 19/11/2014 21:47 |
GRANDE ESTE POEMA DE GARCIA LORCA.
cOMPARABLE, MUY ESPECIALMENTE, CON ESTE OTRO..
EL VIAJERO
Los negros Oda al rey de Harlem
Con una cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales, y los escarabajos borrachos de anís olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas iba al sitio donde lloraban los negros mientras crujía la cuchara del rey y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos de las últimas curvas del aire, y en los montones de azafrán los niños machacaban pequeñas ardillas con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente a todos los amigos de la manzana y de la arena, y es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas, para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre, para que los cocodrilos duerman en largas filas bajo el amianto de la luna, y para que nadie dude de la infinita belleza de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, a tu violencia granate sordomuda en la penumbra, a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil. Las muchachas americanas llevaban niños y monedas en el vientre, y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.
Ellos son. Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes y tragan pedacitos de corazón por las heladas montañas del oso.
Aquella noche el rey de Harlem, con una durísima cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Con una cuchara. Los negros lloraban confundidos entre paraguas y soles de oro, los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco, y el viento empañaba espejos y quebraba las venas de los bailarines.
Negros, Negros, Negros, Negros.
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles, viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes, bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos, cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas rueden por las playas con los objetos abandonados.
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo, hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos. Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.
Es la sangre que viene, que vendrá por los tejados y azoteas, por todas partes, para quemar la clorofila de las mujeres rubias, para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.
Hay que huir, huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos, porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.
Es por el silencio sapientísimo cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua las heridas de los millonarios buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.
Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango, escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros; un viento sur que lleva colmillos, girasoles, alfabetos y una pila de Volta con avispas ahogadas.
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo, el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra. Médulas y corolas componían sobre las nubes un desierto de tallos sin una sola rosa.
A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte, se levanta el muro impasible para el topo, la aguja del agua. No busquéis, negros, su grieta para hallar la máscara infinita. Buscad el gran sol del centro hechos una piña zumbadora. El sol que se desliza por los bosques seguro de no encontrar una ninfa, el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño, el tatuado sol que baja por el río y muge seguido de caimanes.
Negros, Negros, Negros, Negros.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula palidecieron al morir. El leñador no sabe cuándo expiran los clamorosos árboles que corta. Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces, podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas, poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
¡Ay, Harlem, disfrazada! ¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza! Me llega tu rumor, me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores, a través de láminas grises, donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes, a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos, a través de tu gran rey desesperado cuyas barbas llegan al mar.
AUTOR GARCIA LORCA
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