Este frío me muerde los huesos como un galgo.
Me deja el Alma opaca, la piel tan aterida,
que nada me calienta la sangre que cabalgo
por rumbos de mis venas que escapan de la vida.
Pensar es imposible teniendo tanto miedo
a que llegue la noche con trajes de granizo
y me deje sin vuelta, porque casi no puedo
volver a despertarme de su gélido hechizo.
Ya no tengo memoria de lo que es el verano,
ni la brisa ligera que a la piel enamora.
Ojalá yo pudiera con un golpe de mano
devolver los relojes a un verano sin hora.
Pastor Aguiar