Como muchos de los grandes hallazgos, Charlot (en el mundo anglosajón, simplemente «el vagabundo»), la genial e imperecedera creación de Charles Chaplin, surgió en gran medida fruto de la casualidad, aunque la chispa que prendió la mecha del personaje fue la brillante mente de uno de los iconos del cine mudo y patrimonio del séptimo arte. Un personaje inolvidable que en 2014 sopla cien velas, todo un siglo transcurrido que no impide que la mera mención de su nombre provoque una oleada de nostalgia.
Chaplin, que había nacido en Walworth (Londres, Inglaterra) en 1889 comenzó en el mundo del espectáculo a la tierna edad de ocho años y siendo un veinteañero cruzó el Atlántico para probar fortuna en los Estados Unidos. En la incipiente industria cinematográfica, se enroló como cómico en la troupe de los estudios Keystone, a la espera de la oportunidad de despuntar por encima de sus compañeros y labrarse su propio nombre. Sin saber que un vagabundo le convertiría en una estrella inmortal.
«Habían construido un decorado para la película de Mabel Normand “Aventuras extraordinarias de Mabel” y a mí me dijeron apresuradamente que me pusiera algo gracioso», recordaría años después Chaplin sobre el origen de Charlot. «Fui al armario ropero y cogí un par de pantalones flojos, un abrigo ajustado, un pequeño sombrero bombín y un par de grandes zapatos. Quería que la ropa fuera una mezcla de contradicciones, sabiendo que la figura destacaría vivamente en la pantalla. Para añadir un toque cómico, me puse un pequeño mostacho que no ocultaría mi expresión».
Y así se presentó ante el equipo de la película, que acogió de forma entusiasta su ocurrencia. «La ropa parecía imbuirme en el espíritu del personaje. De hecho, se convirtió en un hombre con alma, con un punto de vista. Le expliqué al señor Sennett [el director Mack Sennet] qué tipo de persona era. Llevaba un aire de hambre romántica, siempre buscando enamorarse, pero sus pies se lo impiden». Acababa de nacer una estrella.
Películas inolvidables
El personaje, en rigor, debutó en otro filme, «Carreras de autos para niños». En cualquier caso, desde aquel afortunado trance en 1914 hasta «Tiempos modernos», en 1936, Charlot se dejó ver en docenas de películas que permitieron a Chaplin, sin despegar los labios y de forma sutil e inteligente, deslizar una consistente carga política y de denuncia social en sus filmes, en los que denunciaba las injusticias de una sociedad desigual y cruel a través de aquel pobre desgraciado que solo aspiraba a llevarse algo a la boca, siempre con su aura triste, apañándoselas para mantener la dignidad a pesar de las penurias.
Tras un buen puñado de cortos, la década de los 20 marcó el inicio delesplendor de Charlot. Llegaron entonces largometrajes imprescindibles como «El chico», «La quimera del oro», «Luces de la ciudad» y, finalmente, «Tiempos modernos». Títulos en los que se dan la mano la ternura y la denuncia, trufados de grandes momentos cómicos y maravillosos hallazgos visuales, sin que faltara ese romance del que hablaba Chaplin, boicoteado por sus zapatones.
El genio británico siempre negó que en su obra maestra «El gran dictador» su personaje del barbero judío fuera una prolongación de Charlot, por más que mantuviera su inconfundible estética. Más tarde, a finales de los años 50, acabaría admitiendo, en un arranque de sinceridad, que había renunciado a su personaje más famoso demasiado pronto. «Me equivoqué al matarle, había sitio para el hombrecito en la era atómica».
A pesar de sus remordimientos, Chaplin brindó al mundo el regalo que es Charlot el tiempo suficiente como para que haya perdurado todo un siglo. Y lo que le queda.
Fuente: abc.es