|
De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 27/12/2014 15:32 |
CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
El hombre es una cosa vana, variable y ondeante...
MONTAIGNE
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, como en abril el campo, que tiembla de pasión: bajo el influjo próvido de espirituales lluvias, el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos... (¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!) que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, que nos depara en vano su carne la mujer: tras de ceñir un talle y acariciar un seno, la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, como en las noches lúgubres el llanto del pinar. El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.
Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día... en que levamos anclas para jamás volver... Un día en que discurren vientos ineluctables ¡un día en que ya nadie nos puede retener!
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 4 de 4
Siguiente
Último
|
|
LA ESTRELLA DE LA TARDE
Un monte azul, un pájaro viajero, un roble, una llanura, un niño, una canción... Y, sin embargo, nada sabemos hoy, hermano mío.
Bórranse los senderos en la sombra; el corazón del monte está cerrado; el perro del pastor trágicamente aúlla entre las hierbas del vallado.
Apoya tu fatiga en mi fatiga, que yo mi pena apoyaré en tu pena, y llora, como yo, por el influjo de la tarde traslúcida y serena.
Nunca sabremos nada...
¿Quién puso en nuestro espíritu anhelante, vago rumor de mares en zozobra, emoción desatada, quimeras vanas, ilusión sin obra? Hermano mío, en la inquietud constante, nunca sabremos nada...
¿En qué grutas de islas misteriosas arrullaron los Números tu sueño? ¿Quién me da los carbones irreales de mi ardiente pasión, y la resina que efunde en mis poemas su fragancia?
¿Qué voz suave, que ansiedad divina tiene en nuestra ansiedad su resonancia?
Todo inquirir fracasa en el vacío, cual fracasan los bólidos nocturnos en el fondo del mar; toda pregunta vuelve a nosotros trémula y fallida, como del choque en el cantil fragoso la flecha por el arco despedida.
Hermano mío, en el impulso errante, nunca sabremos nada...
Y sin embargo... ¿Qué mística influencia vierte en nuestros dolores un bálsamo radiante? ¿Quién prende a nuestros hombros manto real de púrpuras gloriosas, y quién a nuestras llagas viene y las unge y las convierte en rosas? Tú, que sobre las hierbas reposabas de cara al cielo, dices de repente: —«La estrella de la tarde está encendida». Ávidos buscan su fulgor mis ojos a través de la bruma, y ascendemos por el hilo de luz...
Un grillo canta en los repuestos musgos del cercado, y un incendio de estrellas se levanta en tu pecho, tranquilo ante la tarde, y en mi pecho en la tarde sosegado...
 Porfirio Barba Jacob
|
|
|
|
ELEGÍA DE UN AZUL IMPOSIBLE
¡Oh sombra vaga, oh sombra de mi primera novia! Era como el convólvulo —la flor de los crepúsculos—, y era como las teresitas: azul crepuscular. Nuestro amor semejaba paloma de la aldea, grato a todos los ojos y a todos familiar.
En aquel pueblo, olían las brisas a azahar.
Aún bañan, como a lampos, mi recuerdo: su cabellera rubia en el balcón, su linda hermana Julia, mi melodía incierta... y un lirio que me dio... y una noche de lágrimas... y una noche de estrellas fulgiendo en esas lágrimas en que moría yo...
Francisco, hermano de ellas, Juan-de-Dios y Ricardo amaban con mi amor las músicas del río; las noches blancas, ceñidas de luceros; las noches negras, negras, ardidas de cocuyos; el son de las guitarras, y, entre quimeras blondas, el azahar volando... Todos teníamos novia y un lucero en el alba diáfana de las ideas.
La Muerte horrible —¡un tajo silencioso!— tronchó la espiga en que granaba mi alegría: ¡murió mi madre!... La cabellera rubia de Teresa me iluminaba el llanto.
Después... la vida... el tiempo... el mundo, ¡y al fin, mi amor desfalleció como un convólvulo!
No ha mucho, una mañana, trajéronme una carta. ¡Era de Juan-de-Dios! Un poco acerba, ingenua, virilmente resignada: refería querellas del pueblo, de mi casa, de un amigo: «Se casó; ya está viejo y con seis hijos... La vida es triste y dura; sin embargo, se va viviendo... Ha muerto mucha gente: Don David... don Gregorio... Hay un colegio y hay toda una generación nueva. Como cuando te fuiste, hace veinte años, en este pueblo aún huelen las brisas a azahar...»
¡Oh Amor! Tu emblema sea el convólvulo, la flor de los crepúsculos!
 Porfirio Barba Jacob
|
|
|
|
OH, NOCHE
Oh, noche Mi mal es ir a tientas con alma enardecida ciego sin lazarillo bajo el azul de enero; mi pena estar a solas errante en el sendero; y el peor de mis daños, no comprender la vida.
Mi mal es ir a ciegas, a solas con mi historia, hallarme aquí sintiendo la luz que me tortura y que este corazón es brasa transitoria que arde en la noche pura.
Y venir sin saberlo, tal vez de algún oriente que el alma en su ceguera vio como un espejismo, y en ansias de la cumbre que dora un sol fulgente ir con fatales pasos hacia el fatal abismo.
Con todo, hubiera sido quizás un noble empeño el exaltar mi espíritu bajo la tarde ustoria como un perfume santo… ¡Pero si el corazón es brasa transitoria!
Y sin embargo, siento como un perenne ardor que en el combate estéril mi juventud inmola… (¡Oh noche del camino, vasta y sola, en medio de la muerte y del amor!)
 Porfirio Barba Jacob
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 4 de 4
Siguiente
Último
|