Como buenos amigos
Hablemos
de mi cuerpo,
animal inocente que despierta
encogido de frío entre las sábanas.
Lo trato mal, le instigo
a horrendas vejaciones, a suplicios
sin fin
—como el de andar de noche por las calles
o convivir conmigo todo el año—
aunque a veces
lo cuido como a un niño
y le entrego mi amor y caramelos
—golosina sutil la de mis manos—.
Le quiero.
Juntos descubrimos
los secretos placeres de otros cuerpos.
degustados despacio en la penumbra
y constatamos juntos —yo muy triste—
que él disfrutaba más —¡el muy canalla!—.
Le he dado de comer y lo he vestido,
lo he atado a las costumbres y al decoro,
y sin embargo a veces me traiciona
y se arrastra, de noche, hacia otros muslos.
Yo me dejo llevar, no opongo empeño.
El se siente feliz. Gozamos juntos.