Por medio del poder de Dios en mí, mi sueño se convierte en realidad.
Un plan divino para bien obra en mi vida y en el universo. Mi sueño es parte de ese plan. Proviene de Dios —una visión y un deseo sembrados en mi corazón. Para manifestarlo, utilizo mi facultad de la imaginación. Me veo logrando mi sueño. Me permito sentir lo que experimentaré al lograrlo.
Si enfrento retos, no me desaliento. Mantengo la atención enfocada en mi visión, y confío en que Dios me revelará mi propósito y dirección. Doy el próximo paso con confianza. El deseo de mi corazón me impele por sobre cualquier obstáculo. Mi sueño tiene su origen en Dios, y es para el desarrollo de mi alma. Participo con gozo en el plan divino que bendice al mundo.
Le has concedido el deseo de su corazón y no le negaste la petición de sus labios.—Salmo 21:2
Hoy honro lo que ha sido y doy la bienvenida a lo que vendrá. Siento gratitud por el año que termina, por todas mis experiencias y por el crecimiento de mi alma. Estoy listo para decir adiós a los acontecimientos pasados, a los retos que fortalecieron mi fe y a los momentos gozosos que me sanaron.
Creo una ceremonia personal para dejar ir. Con cada respiración, entrego todo a las manos de Dios. Me siento más ligero en alma, mente y cuerpo. Dejo ir con reverencia. Descanso en el vacío sagrado, confiando en que el Espíritu lo llenará de amor. En el umbral de un comienzo, estoy listo para darle la bienvenida a un nuevo crecimiento.
¡Estoy listo y receptivo al bien de Dios!
He aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra. De lo pasado no habrá memoria.—Isaías