El ataúd no tiene bolsillos.
El
dinero es un medio con el que se puede hacer mucho bien o mucho mal.
Nos puede servir para ganarnos el Cielo, o para asegurarnos el Infierno.
De nosotros depende, y según sea el uso que le demos al dinero, así
será lo que merezcamos: premio o castigo.
Hay
personas que buscan tener dinero a toda costa, porque les puede dar una
rica mesa, placeres de todas clases, lujo. Pero no se dan cuenta de que
esto los lleva a la perdición, porque ya lo ha dicho el Señor en el
Evangelio, en la parábola del pobre Lázaro, que quien disfruta y goza de
sus bienes en vida, tendrá necesariamente que padecer en la otra vida.
El
problema no está en que nos guste mucho el dinero, porque incluso
podríamos besar el dinero, si con él sabemos que podremos socorrer a
muchos pobres, dar ayuda a los necesitados y hacer muchísimas obras de
amor y misericordia.
Como
vemos el dinero no es malo en sí mismo, sino que es un medio que nos
puede ayudar a hacer muy buenas obras. El problema está cuando
convertimos el dinero, de medio, en fin, y es allí donde nos
equivocamos.
Pensemos
un poco en qué utilizamos el dinero, porque aunque nos parezca mentira,
también Dios nos pedirá estricta cuenta de cómo hemos utilizado el
dinero y los bienes en general.
Recordemos
que el ataúd no tiene bolsillos y no podremos llevarnos el dinero al
otro mundo, ya que todo lo deberemos dejar de este otro lado.
Seamos,
entonces, buenos negociantes, cambiando el dinero por obras, utilizando
los bienes para hacer buenas obras, y entonces sí, en cierta manera,
podremos llevar el dinero al Cielo.
Si
el apóstol en una de sus cartas dice que es varón muy santo el que sabe
dominar su lengua, también nosotros podemos decir que es santísimo
quien sabe dominar y utilizar bien su dinero, y no se deja dominar por
él.