Por Carlos Rodríguez Almaguer
“Lo que acontece en la América española no puede verse como un hecho aislado, sino como una enérgica, madura y casi simultánea decisión de entrar de una vez y con brío en este magnífico concierto de pueblos triunfantes y trabajadores, en que empieza a parecer menos velado el Cielo y viles los ociosos. Se está en un alba, y como en los umbrales de una vida luminosa. Se esparce tal claridad sobre la Tierra, que parece que van los hombres coronados de astros.” Así escribía un cubano de solo treinta años en su artículo titulado “Respeto a nuestra América”, publicado en agosto de 1883 en La América, de Nueva York.
Hoy cuando celebramos el 161 aniversario del natalicio de aquel joven cubano, José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba, hijo de Nuestra Madre América y hombre universal, La Habana, cuna donde nació, abre las puertas de este cumpleaños a sus hermanos del continente para que se reúnan a resolver, en el respeto y la ternura, los modos de continuar juntos por los caminos tortuosos de esta época tremenda en la que habrá de encontrarse soluciones para los graves peligros con que el egoísmo humano amenaza la existencia de la vida en la Tierra.
Tiembla, conmovida por tanto simbolismo, la pluma del escribidor que asiste a este tiempo dichoso en que se van cumpliendo las viejas profecías de los caciques y los libertadores: América, la tierra madre de “una raza original, fiera y artística”, acata la lección del Universo y une sus pasos de pueblo uno y diverso en pos de la felicidad de sus hijos y el bien mayor del hombre; ayudando, con el poder de la cordura y las garantías de su inmensa riqueza en manos propias, a fijar el equilibrio vacilante del mundo.
Treinta y tres repúblicas americanas se sientan por derecho y por fe a la mesa común, sin mecenazgos perniciosos, al amparo de su propia historia y cumpliendo el mandato de sus pueblos trabajadores y entusiastas. No hay homenaje más ajustado al deseo de aquel predicador incansable del genio natural de Nuestra América “capaz e infatigable”, que en el desarrollo armónico de sus fuerzas aún dispersas encontrará el empuje suficiente para superar en el plazo de pocos años los siglos de saqueo a que la han expuesto la codicia ajena y la vanidad propia.
Qué alegría la de aquel “hombre más puro de la raza”, como lo definiera Gabriela Mistral, al ver que, luego de derrotar el ALCA, viejo convite criminal que combatió él mismo en su génesis, y de recuperar por la legalidad una parte importante de las riquezas naturales que les fueron arrebatadas por la fuerza, los representantes de sus pueblos, apoyados unos por otros en solidaridad que no se había visto nunca desde la independencia, rechazan la injusticia ancestral a la que habían sometido a sus hermanos y buscan entre todos los modos rápidos y perdurables de levantar hasta una vida digna y decorosa a esas masas de hombres olvidados y de mujeres ignoradas.
¡Qué alegría y orgullo sentiría al ver a la mujer americana demostrando, en la dirección de los destinos de su República, el valor y la entereza de carácter que no le faltaron nunca desde los tiempos del Inca poderoso y el cacique apacible! La mujer que ha hecho siempre sacrificios a la altura del hombre: ¡desde Manuelas que salvan libertadores y cargan con la caballería, hasta Marianas que forjan el carácter de sus hijos y los ofrendan generosas al servicio de la patria de su corazón!
¡Qué dicha sería la suya al comprobar que más allá de los pactos comerciales, imprescindibles para la conjunción de fuerzas que los pongan en condiciones de enfrentar los poderosos bloques económicos de la época actual, nuestros pueblos se intercambian la medicina científica para curar su cuerpo, el arte y la cultura para curarse el alma, y los últimos avances de esa pedagogía de la liberación que en la ternura martiana tiene su secreto y que será la clave para que al cabo de tantos siglos de ignorancia impuesta nuestros pueblos alcancen a la vez, de la mano de Simón Rodríguez, de Hostos, Freire y tantos otros, las luces que iluminarán su entendimiento y la moralidad que los mantendrá en el respeto y goce de su dignidad plena!
“Lo que quede de aldea en América ha de despertar”, es el mensaje que repite José Martí a las generaciones que vivirán hasta bien entrado el siglo XXI. “Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.”