Inés del alma mía detuviste el tiempo para hacerlo tuyo, prolongaste la esencia memoriosa de las horas y dejaste impregnado, en el camino que dejaron las estrellas, el carácter sustancial de tu existencia. Al mirar el cielo aún alcanzo a ver luminosos senderos del polvo cósmico del sudor de tus paseos.
Te amó el destino como aman la vida los amantes, te amó con desmedidas pasiones y alevosos gritos, te amó la vida, la esperanza y la sorpresa, te amó el mar, el sol, la cumbres borrascosas, te amó el tiempo desmedidos de las horas, espacios, esperas, violetas y quetzales.
Te amamos todos los que conocimos tu risa y tus encantos, los que arriesgamos la aventura de mirar en tus profundos ojo verdes que nos transportaron hasta las diamantinas evasiones del presente, niña hermosa que mimó el destino, la montó en corceles de delicadas crines que traspasaron colinas hasta llegar a países encantados dejando pedazos de tu vida, que como dardos narcotizados, idealizaron nuestras almas.
Inés, solo puedo amarte aun en tu partida, me quedo solo y triste, y siento tu piel rozando mis entrañas, grito impávido a la vida reclamando tu presencia, y le ruego a la muerte traicionera la osadía de sus actos.
Me resisto a dejarte ir y quedarme solo en este mundo, que sin ti perdió la brillantez de tus encantos, ya no es lo mismo el canto matutino del turpial, el rojo de las rosas y azaleas, no es la misma calidez de sol, ni el frío del invierno, no es lo mismo mis pesados pasos al subir los escalones, no es lo mismo el dintel de mi casa, mi cena, ni mi tarde, mi noche, mi recuerdo.
No es lo mismo quedarme sin poder buscarte en los rincones de la vida, sin encontrarte en los estrados, calles solas de mil rostros que ninguno se te parece, grito lloro y clamo tu presencia, se me va la vida pegada a tus cenizas.
Quiero no quererte, pero no puedo desprenderte, me haces falta mucha falta, tanta falta como le hace falta el agua a la fuente vespertina, quiero morir en tus regazo, abrazarte y despertarte y si el destino no puede comprenderme quiero morirme en ti, solo en ti y hacer parte de tu muerte como mil veces lo hice de tu vida.
Como hoy no puedo decirte adiós como tanta veces lo he hecho con mis muertos, moriré en pedazos y desprenderé mis carnes, moriré en mi vida de pie, aparentando estar presente, pero de verdad estaré dormido, seré un fantasma como tantos otros que viven de la ausencia, estaré en tus sueños profundos de la eterna esencia que arrojó el destino. Inés la eterna compañera de mi alma, niña hermosa que mimo el destino.
Óscar Salazar Gómez