A lo largo de mi vida he conocido a una decena de personas que pueden ver el aura, ese halo luminoso que rodea el cuerpo de la gente o de los objetos. Hace poco volví a encontrarme con un hombre que tiene una percepción bastante aguda de la luz y el color, y quise saber si él podía ver el aura. Después de evadir mi pregunta, terminó por responder que sí, pero que no le dijera a nadie, porque cada vez que habla al respecto se encuentra con reacciones que van de lo escéptico a lo denigrante.
Uno no puede andar por la vida diciéndole a la gente que sus percepciones son mentiras; en primer lugar, porque es una falta de respeto, y en segundo, porque esos juicios parten de un conocimiento parcial del mundo. Lo que para unos es una mentira que engrosa el catálogo de la charlatanería, para otros puede ser una condición física o una forma de estar en el mundo.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Granada se dio a la tarea de averiguar en qué consiste la habilidad de percibir el aura; dejando atrás cualquier prejuicio o creencia sobre la existencia del alma, se enfocaron en estudiar la percepción de quienes dicen tener esa capacidad. Lo que descubrieron fue que lo que experimentan esas personas al ver el aura no es otra cosa que sinestesia, un fenómeno neuropsicológico que a últimas fechas es tema de muchas investigaciones.
Más que un cruce de cables
En un cerebro sinestésico, las regiones responsables de procesar cada tipo de estímulo sensorial están intensamente interconectadas. Así, los sinestésicos pueden sentir el sonido de un sabor, el olor de una textura, o asociar personas o letras a aromas específicos.
Según explica José Carlos Dávila, titular del departamento de Biología Celular y Genética de la Universidad de Málaga, la sinestesia es una condición relativamente rara, cuya frecuencia se estima en una de cada dos mil personas. “Se ha sugerido que la sinestesia podría tener un componente genético, ya que parece darse con relativa frecuencia en varios miembros de una misma familia. Las percepciones sinestésicas son reales (no se trata de ‘imaginaciones’), se producen espontáneamente (son involuntarias) y son específicas de cada persona”, apunta Dávila.
En términos neurológicos básicos, la sinestesia se debe a un “cruce de cables” en el cerebro de ciertas personas; éstas tienen más conectores sinápticos que una persona promedio. Estas conexiones extra propician que el cerebro establezca más asociaciones entre distintas zonas del cerebro, como una ciudad cuyas calles y avenidas estuvieran atravesadas por puentes, túneles, pasadizos y canales de agua por donde circulan todo tipo de vehículos, elementos y personas.
Según el bioquímico Jesús Pintor, se ha podido comprobar que “la sinestesia está asociada como carácter dominante a uno o varios genes ligados al cromosoma X. Parece ser que los bebés son susceptibles a tener sinestesia y que es a lo largo del desarrollo cuando ciertas conexiones neurales cerebrales entre sentidos van desapareciendo para que los sentidos se comporten como elementos independientes. De este modo, es posible que las personas adultas con esta habilidad no hayan reducido el numero de sinapsis entre regiones cerebralesencargadas de procesar las sensaciones, y por ello puedan tener la sinestesia”.
Percibir para comprender
El estudio de la Universidad de Granada, dirigido por Oscar Iborra, Luis Pastor y Emilio Gómez Milán, fue publicado en el diario Consciousness and Cognition en 2012, y es el primero que brinda una explicación científica al respecto del aura. Por mucho tiempo se planteó que ésta es un campo energético luminoso que rodea el cuerpo de una persona, como un halo, pero que sólo es perceptible para algunos.
En otras palabras, lo que otros estudios habían tratado de probar era que el aura no existe, y lo lograron. Tal vez el aura no existe, como tampoco existe la gravedad. Aunque el símil que hago no es completamente válido, recurro a él como ejemplo. En términos básicos, la gravedad no es un objeto medible sino una fuerza que todos experimentamos y que puede explicarse en forma de leyes. El aura, para quienes pueden verla, es más que una percepción, es una experiencia que determina la manera en que se relacionan con el mundo. Quizás, lo que no tenemos es un camino científico para explicar esa experiencia (probablemente porque no es un fenómeno prioritario en la agenda del progreso científico).
Los investigadores de la Universidad de Granada señalan que buena parte de los sanadores serían sinestésicos, lo mismo que algunos artistas, pintores o músicos. Entre los participantes del estudio estuvo un famoso sanador granadino, Esteban Sánchez Casas, conocido como “El Santón de Baza”, a quien los locales atribuyen poderes paranormales. Después de entrevistarlo y estudiar sus habilidades, los investigadores concluyeron que se trata de un caso clarísimo de sinestesia, o mejor dicho, de sinestesias: sinestesia rostro-color, donde la región del cerebro responsable de identificar patrones faciales está asociada con la región que procesa los colores; sinestesia de tacto en espejo, donde al tocar a una persona, el sinestésico puede experimentar la misma sensación; alta empatía; y esquizotipia, rasgos de personalidad que se presentan en personas mentalmente sanas y que incluyen una ligera paranoia y visiones.
Estas capacidades sinestésicas tienen la habilidad de hacer que otros se sientan comprendidos, dicen los investigadores; además, genera un conocimiento especial acerca de las emociones y la lectura de signos de dolor.
A la luz de estos resultados, los investigadores hicieron hincapié en el efecto placebo que los sanadores tienen en la gente, algo que el antropólogo Claude Levi-Strauss llama “la eficacia simbólica”, y que no es muy distinta a la que los médicos producen en los pacientes durante la consulta. Como cualquier otra habilidad, al desarrollar la capacidad sinestésica de manera consciente y con una práctica socialmente aceptada, una persona puede convertir sus habilidades en conocimientos, comportamientos y protocolos destinados a canalizar información emocional de manera intuitiva. Pienso en mi doctor de toda la vida, el médico de la familia: a veces sólo necesita mirar cómo camino para intuir el motivo que me lleva a su consultorio. El señor no es ningún psíquico (que yo sepa), pero después de cuarenta años de “leer cuerpos” en todo tipo de hospitales, tiene la capacidad de ver lo que muchos médicos jóvenes sólo pueden interpretar a partir de estudios de laboratorio.
Si los investigadores de la Universidad de Granada están en lo cierto, es momento de cambiar nuestra idea acerca de quienes dicen ver el aura. No son freaks o mentirosos, simplemente tienen una percepción más intensa de la realidad. Si esta sociedad fuera menos mezquina y más inteligente, social y emocionalmente hablando, seríamos capaces de validar sus percepciones como una información rica, compleja, distinta o simplemente provocadora, de un mundo cada vez más estandarizado, unificado y anestesiado.
@luzaenlinea
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