Por primera vez un equipo de investigación ha conseguido demostrar una idea que ha acompañado a la genética desde sus inicios. No todas las características que heredamos dependen del ADN, también de qué genes “están encendidos o apagados”. Y eso también se hereda, que es lo novedoso del artículo.
Muchas cuestiones en torno a la genética resultan más complicadas de lo que deberían ser por culpa de la terminología que se usa. Así que vamos a intentar aclarar unos pocos conceptos, siempre con la idea de que nadie tiene la última palabra.
Existe una diferencia importante entre gen y secuencia de ADN, a pesar de que muchas veces se utilizan como sinónimos. Un gen es una característica biológica – el ejemplo típico sería el color de los ojos – y una secuencia la forma que toma la molécula de ADN, las bases que contiene. Todos los genes están formados por secuencias, pero no todas las secuencias son genes.
Sólo son genes las secuencias que se expresan, que se traducen en proteínas que cumplen una función. Y que una secuencia se exprese depende de muchos factores, entre otros de dónde esté dentro del cromosoma. Para que el ADN no ocupe tanto espacio, se empaqueta, y una de las formas es enrollándose en torno a unas proteínas llamadas histonas.
El lugar en el que se colocan las histonas, así como ciertas modificaciones de estas proteínas, y otros factores, conforman lo que se conoce como epigenética. No cambia la secuencia del ADN, la información genética que se tiene es la misma, pero cómo se comporta y a qué puede dar lugar sí que cambia.
Todo esto ya se sabía. Pero se pensaba que las modificaciones epigenéticas, qué genes “se apagaban” o “se encendía” – por decirlo de una manera simplista – no se heredaban. Dependían del ambiente, y no de lo que nuestros padres portasen.
En el experimento que se expone en el artículo de Science se ha demostrado que esto no es así. Los investigadores han modificado las histonas de un organismo que se parece en su epigenética mucho a los humanos, un tipo de levadura. Y las han modificado de la misma manera en que lo haría la naturaleza.
El resultado ha sido claro. Todas las modificaciones en las proteínas en torno a las que se enrolla el ADN se heredan. Es decir, los genes que “se apagan” – los que recubren las histonas, que no se pueden leer y por tanto transcribir – en los padres siguen “apagados” en los hijos.
Estos cambios, en principio, se pueden revertir. Es decir, se pueden “encender” genes en los hijos. Pero si se hace, los “nietos” heredarán los patrones de apagado y encendido de sus padres, distintos de los de sus abuelos.
Demostrar algo así tiene una gran importancia a nivel fisiológico, y por tanto médico. Algunas enfermedades surgen por “apagado” de genes, que podemos heredar de nuestros padres. Pero también a nivel evolutivo, ya que son cambios pero no mutaciones que ocurren en vida del organismo y que hereda su descendencia. Algo parecido a decir que no sólo Darwin tenía razón, si no que también Lamarck. Lo que puede parecer una herejía, pero es lo que confirman los datos.
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