El hombre es un ser diseñado para la ambición, lo cual le conduce a la permantente insatisfacción, pues siempre aspira a más. Incluso al final de su vida, el ser humano cree que podría y debería haber sido más feliz si hubiera o no hubiera hecho esto o lo otro, lo que alimenta su insatisfacción y su infelicidad, y le impide resignarse y aceptar las cosas como son de forma completa. Lo que pasa es que al borde de la muerte, solo queda tiempo para el lamento, que es un grado menor que el enfado. El lamento es un sentimiento mucho más tranquilo que la primitiva ambición.
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