A la Violeta me la presentó otro de mis grandes amores, la Mercedes Sosa, a La Negra la conocí por casualidad. Quisiera decir con cierta presunción y por romanticismo que a la gran Mercedes la conocí en mis tiempos de universitaria, o que fueron los Guaraguao los que en alguna declaratoria de Huelga de Dolores en la Universidad de mis amores me presentaron a la Violeta Parra con “Me gustan los estudiantes.”
Pero fue en soledad y en el extranjero de recién emigrada “navengando” en Internet con una ordenadora de escritorio que me salió tres veces más cara del precio original porque me hicieron jarana. Esa ordenadora fue la primera jarana de las muchas que he vivido en mi andar migrante indocumentado, expresamente indocumentado porque hay jaranas que funcionan solamente con indocumentados. De hacer jaranas a los indocumentados he visto gente convertirse en millonaria.
Fue una de esas madrugadas de mi recién post frontera en la que no lograba conciliar el sueño por la ansiedad, el desaliento y la ira, y me dio por leer en Internet para pastorear las horas y esperar a que amaneciera para irme a trabajar, y por casualidad escuché “Volver a los 17” en interpretación de la Mercedes, qué canción tan hermosa que repetí una y otra vez, el primer día me pasó ronroneando en los oídos, la tatareé durante toda mi jornada laboral: la Violeta y la Mercedes anduvieron ese primer día conmigo mientras hacía limpieza en la mansión donde trabajaba como empleada doméstica. El frío del sótano lo entibiaban ellas con esa canción.
Al salir del trabajo fui a todas las tiendas habidas y por haber para ver si encontraba algún disco de la Mercedes o de la Violeta pero nada, no tenía la noción política de lo que significaba la música de las ellas en este país. Yo llegué a este país como llegamos la mayoría que hemos trabajado noche y día para sobrevivir, de lecturas nada, de conocimiento político menos. Llegué lista para continuar poniendo el lomo. Para los que hemos crecido en la exclusión del sistema en nuestros países de origen no dista mucho la vida de indocumentado en este país, misma luna y mismo sol, mismo tormento, la misma exclusión.
No haber encontrado los discos fue como un presagio que agradezco a la vida porque para esos años la única forma de poder conciliar unas horas de sueño era bebiendo, me entretenía buscando música de ellas en Internet y lentamente me fueron presentando al resto de la parvada: Víctor Jara, Illapu, Inti Illimani (en mi vida me iba a imaginar yo que un día iba escribir y mucho menos que iba a tener la oportunidad de entrevistarlos) Los Jaibas, Quilapayún. Alfredo Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Los Guaraguao, Horacio Guarany, Soledad Bravo, Eladia Blázquez, María Elena Walsh. Los hermanos Mejía Godoy.
Yo venía de un país de Centroamérica influenciado por la música mexicana, las rancheras, la baladas, perdidamente enamorada de mis adorados Los Tigres del Norte, de Suramérica recordaba por ahí a Jaramillo, Los Iracundos, Abracadabra, pero la trova ha sido uno de los descubrimientos más importantes de mi vida, se convirtió en mi música favorita.
Con la trova yo sentí por primera vez mi corazón desnudo, sentí que alguien le daba voz a mi ira, a mi rebeldía, a mi inconformismo, a mi necedad. Que alguien entendía la miseria de mi arrabal, la pobreza de mi pueblo natal, la seguía, la arrogancia del caporal, el hacendado que siempre quiere que lo llamen de patrón. Sentí que alguien comprendía mi desilusión y la furia de la periferia. Comprendía a las niñas que caminan en las laderas, descalzas con otros niños en los brazos. Y me sentí acompañada en mi soledad.
Sin una tarjeta de débito o crédito era imposible que lograra comprar la música de ellas en Internet entonces compré una caja de CDs y los gravé de la música que iba encontrando en Internet. Mi jefa gringa me había regalado un radio de alarma que a ella ya no le servía y ahí ponía los CDs y lo andaba para arriba y para abajo en la mansión, pronto memoricé las canciones. Canciones que lloré con amargura, que abracé con mis abrazos cansados, con mi melancolía de destierro, con mi impotencia de indocumentada. Con la desolación de extranjera.
Y gracias a la trova fui descubriendo Suramérica, la cultura, la poesía, la literatura, la política y me enamoré de golpe. Y detesté las dictaduras, y admiré la Memoria Histórica. La solidaridad. Y entre trovas, poesía y luchas el Sur se convirtió en el Sur de mis amores. Y así lentamente Suramérica vino a mí hasta este norte, y me llenó de amor. Un amor transparente. Una tierra que siento mía como si hubiera crecido ahí.
Y entonces la Violeta Parra se fue instalando en mis poros, en mis pensamientos y Chile se convirtió en el país de mis amores, en la quimera; porque lo respiro, lo veo a través de los ojos de la Violeta que siempre le cantó a los marginados. En su poesía, en su extraordinaria obra. En su humanidad. En la sensibilidad de mujer incomprendida. Y así me enamoré de ella como de nadie en mi vida, es mi amor de amores.
Cuando lloraba mi desconsuelo migratorio ahí estaba la Violeta Parra cantando en aquel radio de alarma, en las largas horas del invierno aspirando sótanos, salas, lavando baños, planchando y secando ropa en aquella gran mansión, ahí estaban la Violeta y la Mercedes junto a mí. En aquellos años en los que me ensimismé y todo en mí era silencio y depresión ahí estaban las dos. Pienso en Mercedes y automáticamente viene Violeta a mi mente, pienso en Violeta y con ella viene Mercedes y me abraza el Sur de mis amores.
Ellas están conmigo todo el tiempo y lo estarán hasta el último día de mi vida.
No sé si un día yo logre realizar esa quimera y conocer el Sur de mis amores, es uno de mis grandes anhelos: caminar por sus calles, respirar su aire, ver sus cordilleras, sentarme en cualquier parque y ver un atardecer. Creo que es un sueño demasiado grande, inalcanzable, lo deseo tanto que cada vez lo veo más lejano. Haberme enamorado perdidamente de Suramérica en estas condiciones y no poder viajar, es como querer “Volver a los 17.”
Para la Violeta y la Mercedes, un abrazo hasta el infinito. Gracias por tanto amor.
Volver a los 17, por Mercedes Sosa
Ilka Oliva Corado
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