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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: SOY DEL SUR 479  (Mensaje original) Enviado: 22/11/2015 11:49
- ¿Que haces ahí Quevedo?
 
- ¡Ni subo, ni bajo, ni estoy quedo!
 
Y es que, el Quevedo se había subido por una escalera, que solían llevar los 'novios' para hablar con las mozas, por el balcón enrejado; ellas dentro y ellos afuera, arriba de la escalera. Y, resultó, que unos bromistas o 'envidiosos' le quitaron la escalera y el Quevedo quedó 'enganchado' a las rejas del balcón, colgando.
Es de suponer que el conocido que le vio y preguntó lo que arriba escribo, le colocaría la escalera... para que bajara...
 
Por el siglo XVII, ya se maltrataban a las mujeres...


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: LuchoG Enviado: 22/11/2015 12:52
No sabía de esto y me permito transcribir lo indicado en el link.

Detallan los escritos, propios y ajenos, que Francisco de Quevedo (Madrid, 1580) dominó a partes iguales la pluma y la espada, tan ácidas y afiladas como su propia lengua. Lo dicho, en efecto, no es ninguna novedad, como tampoco lo es que, desde estas líneas, se destaque el carácter pendenciero del autor. Y aunque este texto apoya esta tesis, lo cierto es que el desarrollo de la historia remite a otra de sus definiciones personales: su reconocida devoción cristiana y su comportamiento galán ante las mujeres; aunque no necesariamente en ese orden.

Fue el Jueves Santo de 1611 cuando Quevedo, que rezaba en la próxima parroquia de San Ginés (aunque no se sabe a ciencia cierta dónde se encontraba), contempló cómo un asistente a los oficios daba una bofetada a una dama que también se estaba allí. Quizá por la indiferencia generalizada entre el resto de asistentes en el templo, el genial escritor se implicó inmediatamente en el suceso, inicialmente con palabras y después con algo más, acaso preso de la situación. Altivo, primero sacó al agresor a la calle, no se sabe si a golpes o a improperios. Después, sea como fuere, y ya en el exterior, intercambiaron insultos mientras la riña subía de tono.

Ya en la plaza de San Martín, con un tono que sólo llevaba un camino, el escritor y su contrincante elevaron un escalón la disputa. De sobra es sabido que, en aquel Madrid del Siglo de Oro, las discusiones sólo se zanjaban de un modo, por dramático que fuese. Así, sabedor Quevedo de los códigos de la Villa, asestó al agresor una punzada mortal con su florete. La prueba de este lance, siglos después, es una placa municipal, situada junto a la que identifica la plaza. «En esta plaza hirió mortalmente Francisco de Quevedo a un caballero el Jueves Santo de 1611 en defensa de una dama».




 
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