Lo notamos. Hay días que nos levantamos con un mal humor, con el pie cambiado o el genio mal puesto. Es un día en el que habrá problemas. Se trata de una especie de zumbido molesto que no hay manera de sacudirnos por mucho que nos liemos a pegar manotazos a nuestro alrededor, como cuando éramos pequeños y con los ojos vendados intentábamos acertar con la piñata. Lo malo es que no siempre avisamos de que vamos con el palo cargado y los demás, que se acercan confiados, se pueden llevar un buen golpe.
Por eso, es fundamental que incorporemos a nuestro menaje de herramientas mentales para que estos días -de cabreo con el mundo- no sepamos parar a tiempo. Al contrario de lo que solemos hacer, no es bueno esperar a que lo de fuera cambie y nos muestre una sonrisa que consigamos ver. Es mucho mejor retirarse un momento, irnos a un sitio en el que no podamos “agredir” a nadie y nos relajemos.
Otras veces, nos levantamos con un ánimo normal, no necesariamente eufórico, y sin embargo no paramos de encadenar discusión tras discusión. Lo que vemos hecho un desastre está hecho un desastre y lo que pensamos que es malo a nadie se le ocurriría decir que no lo es. En estos casos, ¿de quién es la responsabilidad? ¿qué puede hacerse para cambiar este problema? El hecho de llevarse mal con todos, ¿es culpa nuestra o de ellos?
¿Los problemas se adquieren o se buscan?
Por supuesto que todos diremos “yo no busco los conflictos… ellos me encuentran a mi”. Pero tal vez nuestra actitud o modo de pensar están actuando como “cebo” para los problemas. Como si se tratase de un gran imán que los atrae hacia nosotros.
En ese momento deberíamos empezar a cuestionarnos y entender qué hacemos para acabar constantemente de la misma manera. Recuerda que habitualmente las mismas acciones conllevan a los mismos resultados. Si hay algo que no quieres, debes actuar de otra forma para cambiarlo.
Los problemas se repiten una y otra vez
Ya que estamos hablando de frases hechas podríamos indicar una que se ajusta a la perfección a este problema “los hombres solemos tropezar dos veces con la misma piedra… y hasta encariñarnos con ella”. Si nos llevamos mal con un puñado de personas puede ser normal e incluso entendible (porque no podemos ser amigos de todo el mundo). Pero, si nos peleamos con el vecino, con los padres, con el jefe, con el vendedor del super, con el colega de la oficina, con el amigo de la infancia y con el conductor del autobús… pues entonces, estamos en un problema.
La buena noticia es que esta conducta de tener problemas continuos, una vez identificada, se puede modificar y mejorar. Para ello es vital hacernos cargo de nuestros errores. Es muy común decir que el problema lo tiene el otro, que la culpa es del mundo… que uno está libre de todo cargo.
“Todos se han puesto en contra mía” Es una frase muy habitual. ¿No será que tú te has puesto en contra de los demás? Por supuesto que no es a propósito ni con la intención de dañar a otras personas, pero lo cierto es que con nuestro accionar herimos y alejamos a quienes queremos (y a los desconocidos también).
Hacerse responsable por los problemas
El primer paso para dejar de culpar al mundo, al karma o al universo por nuestros problemas es haciéndonos cargo de ellos. Si te pones nerviosa cuando conduces porque tu pareja está en el asiento del acompañante, el problema es tuyo y no de él. Si tienes una discusión por un malentendido con tu compañero de oficina la culpa es tuya por no preguntar a tiempo, no del colega que intentó explicar la situación.
Podríamos dar miles de ejemplos como estos, pero lo importante es la razón por la que nos peleamos con los demás o los alejamos de nuestro lado. ¡Por nuestra actitud! Tu forma de actuar te define y puede ayudarte o perjudicarte en esto de las relaciones humanas.
¿Qué tal empezar por un rato de introspección objetiva para encontrar dónde has fallado? No hace falta que te des latigazos en la espalda ni que andes como un alma en pena con las vestiduras hechas jirones. Simplemente se trata de comprender qué palabras, actos o emociones te llevan a tener problemas con los demás.
Quizás se trate de falta de autoestima, temor a aceptar los propios sentimientos, miedo a perder el control de las situaciones, estar enojado contigo mismo, etc. Las opciones son variadas y tantas como seres hay en este planeta.
Si conoces a alguien en esta situación o lo estás tu mismo, tu tarea ahora consiste en empezar a pensar en cómo se siente el otro cuando tu reaccionas de esa manera. Piensa que el cabreo con el mundo solamente aumenta las posibilidades de que este te trate de la misma forma y de que juntos, tú y tu visión del mundo, entréis en un círculo nada bueno para ti ni para los que te rodean.
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