La pluma escribió en la carta,
unas extrañas palabras;
las palabras respondían al viento,
que murmuraba sin cesar con sentimiento.
El murmullo lo oyó un campesino,
el campesino a su mujer transmitió,
la mujer sin perder un minuto,
a su conciencia insistió.
La conciencia, sin ganas de hacer nada,
a la mujer solitaria dejó,
sin pena, sin nadie que le autorizara,
a una mujer que tanto creyó.
El campesino, olvidando ya lo dicho,
recordó lo que en el alba oyó,
mas él contento sí se puso,
de que por fin su mujer la escuchó.
El murmullo volvió a hacer su eco,
pues al papel la pluma llegó,
mas nuevas palabras escribió,
pero esta vez el viento grabó.
El viento insistente repetía,
que con prisas nada saldría,
que el viento no entiende a la brisa,
que calma el sentimiento de la alegría.
Y las palabras que el viento repetía,
el campesino no entendía,
tan sólo siempre decía ,
que a su mujer jamás, dejaría.
La mujer a la conciencia llamaba,
pues a marido algo extraño pasaba,
mas esas extrañas palabras,
eran que a Dios nunca se engaña.
Mas Dios se puso contento,
de lo que el viento armó,
mas la pluma cesó su trabajo,
y todo esto quedó reflejado.
Autora: Rosa Mª Villalta Ballester