La vida divina en mí me asegura que todo está bien.
En lo profundo de mi ser existe una Verdad que deseo tener presente todo el tiempo. Cuando mantengo mi atención centrada en ella, sé que todo está bien en mi vida y en el mundo —y no hay cabida para la lucha. Esta Verdad mora en el lugar que el salmista llamó “el lugar secreto del Altísimo”.
Lo único que tengo que hacer es aquietarme y centrar la atención en la vida divina en mí. Al hacerlo descubro este lugar secreto donde mora la Verdad más elevada. Me encuentro con Dios en lo más íntimo de mi ser. Allí disfruto de paz, gozo y un sentimiento de unidad con toda manifestación de vida. Sin importar las circunstancias de la vida, tengo presente la Verdad profunda, invariable y eterna: Dios está aquí y todo está bien.
¡Mírame! Tú amas la verdad en lo íntimo; ¡haz que en lo secreto comprenda tu sabiduría!—Salmo 51:6
En mis vivencias, el mundo físico y el cuerpo humano parecen tener limitaciones. Pero en realidad, las limitaciones surgen sólo cuando mantengo creencias y pensamientos errados acerca de Dios y de mí mismo. He sido creado a la imagen y semejanza de Dios y se me ha dado la habilidad de crear.
Recuerdo que aunque sea parte de un mundo físico, soy en realidad un ser espiritual. Utilizo mi poder creativo para alinear mis pensamientos con la Mente divina y centrar mi corazón en el Amor. Puedo trascender cualquier experiencia negativa mediante la práctica del pensar, hablar y actuar de maneras que reflejen mi naturaleza verdadera y divina. El Espíritu es mi fuente de potencial ilimitado.
Gloria sea a Dios, que puede hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos, gracias a su poder que actúa en nosotros.—Efesios 3:20
La luz resplandeciente de mi divinidad ilumina mi humanidad.
Acepto todo aspecto de mi humanidad porque soy un canal que ofrece la luz divina al mundo. Me aseguro de que mis pensamientos y acciones estén infundidos con amor y sabiduría dirigiéndome primero a la presencia crística en mi interior.
Hago a un lado cualquier juicio, opinión o barrera que el mundo pueda tratar de adjudicarme. Comprendo que las decisiones y acciones que parecieron ser errores o fracasos fueron parte del camino que me ayudó a conocer mi divinidad más plenamente.
Crezco espiritualmente. Evoluciono. Nada acerca de mi ser humano puede bloquear la luz de la Verdad que busca resplandecer en mi vida. Mis pensamientos celebran mi humanidad a medida que reflejo a Dios en el mundo.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad.—Juan 1:4
Comparto mi gratitud libremente con los demás y mi felicidad aumenta.
Estudios científicos muestran que una actitud de gratitud en la vida produce un nivel más alto de felicidad. Con este pensamiento en mente, reflexiono acerca de las personas, las experiencias y los lugares por los que siento gratitud.
Doy gracias a Dios por las innumerables bendiciones que este mundo y sus habitantes proveen. Hago una pausa y busco a mi alrededor, y en mi corazón, todo aquello que me hace sentir bendecido y expreso gratitud por ello.
Comparto libremente con otros mi agradecimiento sincero, y veo cómo sus rostros se iluminan. Mi gozo es contagioso y atraigo a personas que también se sienten agradecidas por los regalos infinitos de la vida.
Que el mensaje de Cristo permanezca siempre en ustedes con todas sus riquezas. … Con corazón agradecido canten a Dios salmos.—Colosenses 3:16
Puede que haya notado que cuando me siento agradecido o feliz también me siento próspero, sin importar mis finanzas. Esto es porque la prosperidad proviene de mi interior. Fomento esta actitud apreciando el bien en todo. Si no puedo verlo inmediatamente, pido a Dios que me lo muestre.
Por ejemplo, en medio de una reunión estresante o una conversación difícil, oro para que el bien sea revelado. No reacciono, mas bien espero con calma que la guía divina se manifieste; y dicha guía se presenta como bienestar, cordialidad y comprensión. ¡Esto es prosperidad en acción! La luz resplandece a través de mí desde el santuario interno de mi ser.
Experimento la verdadera prosperidad como paz y gozo internos. ¡Al dar, recibo!
¿Qué es más importante? ¿El oro, o el templo que santifica al oro?—Mateo 23:17