Sorprendentemente, un pequeño incidente tiene el potencial de crear un torbellino de estrés en mí. Quizás tenga que ir a una cita y no encuentre las llaves del automóvil. La búsqueda frenética y el torrente de adrenalina hacen que mi nivel de estrés aumente.
En momentos como éste, respiro profundamente y voy a mi interior. Enfoco mis pensamientos en la vida de Dios en mí, y me tranquilizo. Me siento a salvo en las profundidades de mi alma donde mora la paz del Cristo. Renazco a esta paz y una gran calma fluye por todo mi ser.
Gracias al Cristo en mí puedo mantenerme afable y sereno. Y, al permanecer afianzado en mi divinidad, la paz renace en mi corazón.
Ustedes no viven según las intenciones de la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes.—Romanos 8:9
Soy consolado y estoy en paz por medio de la presencia amorosa de Dios.
El consuelo es una necesidad básica. Desde el momento en que nacemos, somos consolados por la voz o la caricia de un ser amado. Al crecer, esa necesidad puede ser satisfecha de otras maneras, pero la necesidad subyacente es la misma: saber que no estamos solos; que existe una persona o presencia que nos ama y nos ayuda en nuestros momentos de necesidad.
Dios es esa presencia en mi vida, el consuelo amoroso que me proporciona fortaleza. En momentos de temor o tristeza, la fe me asegura que no estoy solo, que el Espíritu divino está conmigo en toda circunstancia ofreciéndome apoyo. Este conocimiento me da valor para darle la bienvenida a un nuevo día. Mi mente y mi corazón disfrutan de sosiego y paz.
La risa y el pasar momentos agradables con familiares y amigos son expresiones y experiencias de gozo. Mas tengo presente que la verdadera alegría proviene de mi naturaleza interna y que es una actitud que ofrezco a la vida. Cuando oro, avivo la dicha de mi ser interno. Desde este lugar de armonía perfecta fluye un júbilo libre e ilimitado que expreso como confianza y valor.
Tengo la habilidad de acoger cualquier experiencia que el día me ofrezca con un espíritu de felicidad y paz. Aun durante situaciones difíciles, tengo la opción y la capacidad de responder con un corazón ameno y afable, abriendo así el camino para el buen humor y la cordialidad. ¡Me siento gozosamente vivo!
Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría; ¡estando a tu lado seré siempre dichoso!—Salmo 16:11
Los doce días de Navidad marcan el período entre el día de Navidad y la Epifanía. Desde que el Adviento comenzó, he expresado paz, amor y gozo. He visto los resultados de mi fe desplegarse ante mis ojos. Mi confianza se ha profundizado.
Creo firmemente en el poder milagroso de Dios. Experimento mi vínculo eterno con el Espíritu cada día y de muchas maneras. Me siento bendecido y elevado porque sé que en cada circunstancia que enfrente y con cada aliento que tome conoceré más a Dios. He leído y he creído que con Dios todas las cosas son posibles.
¡Estoy lleno de fe!
Si tuvieran fe como un grano de mostaza, le dirían a este monte: “Quítate de allí y vete a otro lugar”, y el monte les obedecería. ¡Nada sería imposible para ustedes!—Mateo 17:20