No quería aceptarlo pero era evidente:
la vida es un viaje repleto de estaciones.
Ese que nace con dos seres acariciando,
quizás repleta de deseo o de desengaño;
la que no se pide y con el tiempo sucede,
ésa que se lleva y puede ser comprende,
una valiosa garantía para quien precede.
El viaje que, sin precio, un corazón late;
ése que se empieza sin saber qué hace;
el que sigue tratando salvar fronteras,
ya sean humanas o de la razón que sea.
Un viaje de infancia lleno de esperanza,
para alcanzar sueños y tener confianza,
tal vez crudo o tierno para rememorar,
cada cual según pueda o no él superar.
Si la estación de la infancia finalizar,
nuevo destino de adolescencia iniciar,
un viaje de sensaciones y dudas forjar,
para, tal vez, satisfacciones encontrar;
y, de no hacerlo, la juventud continuar.
Y... con la juventud ... quizás inquietud:
alcanzar objetivo para cierta plenitud;
puede ser un viaje bastante excitante,
que llevara a otro destino importante:
la madurez, ..., toda lógica y sensatez.
El viaje que prosigue sin todo su saber,
el que une al amor y al amar en un ser,
aquél que toda belleza sabe apreciar,
y cada momento e instante aprovechar.
Mas prosigue el viaje hacia la vejez,
esa que tanto cuesta al corazón tener:
la última estación que la vida proveer,
la que con lágrimas o sonrisas mostrar,
aquélla que, tras un suspiro, ya dejar.
Un viaje profundo .... el de la vida ...
una vida ... para su valor profundizar.
Autora: Rosa Mª Villalta Ballester