LA ABNEGACIÓN
Viena, 10 de mayo de 1940.
Al fin llegaba mamá con la ración semanal de comida. Aunque había presentado dos bonos, sólo traía un pequeño pan de manteca y dos pancitos. Todos teníamos hambre, el ruido en nuestros estómagos se aumentó al ver los alimentos. Mi hermano y yo corrimos a la mesa, nos abalanzamos sobre la comida. Papá nos sacó de un golpe, ¡fuera!, ¡no toquen!, ¡salgan a jugar!. Mamá ocultaba algo, nos miraba raro, sin cariño, enojada. Cómo los odié, no me dejaban comer, nos ocultaban algo importante, ¿se comerían ellos la comida?. ¿Qué habría hecho yo para que me odiaran tanto?. ¿No junté los juguetes?, ¿contesté mal?, ¿no recé mis oraciones?, ¿me peleé con mi hermano?. ¿Qué sería lo que hacía para que no me dejaran comer?
Mi hermano, con el carácter displicente y distante que tenía, se puso a correr por la cocina, yo no, yo miraba con odio y rencor a esa gente que deseaba mi muerte.
Entre tanto mi papá, con un cuchillo, con el pulso de un neurocirujano, hacía rayitas sobre la manteca para separar 14 porciones, y cortaba 28 rebanadas en los panes, todo lo hacía con mucho cuidado, con especial prolijidad. Finalmente nos llamó a comer, yo sentía asco y nauseas, y habría querido no tener hambre, pero tenía, así que me encontré tragando la rebanada de pan con manteca.
Pasó la guerra, ya estábamos en Argentina, los odié durante 20 años, de adolescente mis padres se enojaban porque comía a escondidas y delante de ellos no comía, me llevaron a un montón de médicos, hasta que un día , mientras preparaba la cena, apareció mi hijo con tres compañeros de la
escuela, ‘mamá, se pueden quedar a cenar ?’.’Sí, cómo no’. y mientras me disponía a ‘estirar’ lo que había hecho para que alcanzara, hice la cuenta, 7 días por una rebanada de pan para cuatro personas eran 28, 14 porciones marcadas en la manteca, eran una porción para dos personas por día. Ni mi mamá, ni mi papá comían manteca.
IKHANNA