Gabriel García Márquez fue la primera persona que leyó el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar. Su agente literario también lo era de la autora y quiso la opinión del Nobel, que tuvo el manuscrito en sus manos antes de que fuese robado. La novela, publicada originalmente en el 2007 y de nuevo en el 2017 por Península, es la fuente de la serie Narcos y del largometraje Loving Pablo, con Javier Bardem como Pablo Escobar y Penélope Cruz como su amante. Virginia Vallejo (Cartago, Colombia, 1949), la periodista estrella en la Colombia de los años ochenta, se convirtió en la obsesión de Pablo Escobar Gaviria, el mayor narcotraficante de la historia. Abordamos con ella el retrato de la alta sociedad y la política de aquella época y cómo el narco se convirtió en monstruo.
Cuando conoce a Pablo Escobar, él ya es diputado pero usted ignora la fuente de su riqueza. Ese día, en su finca, Escobar le salvó la vida.
Fue muy valiente al arrojarse al río. Yo no lo conocía y estaba comprometida con Aníbal Turbay, sobrino del presidente. Junto a él y otras personas fuimos invitados a conocer el zoológico de un político [en la Hacienda Nápoles pastaban jirafas, cebras, camellos y elefantes]. La gente estaba hablando, atendiendo a la parrillada y solo él se dio cuenta de que me ahogaba. Cómo iba a imaginar que eso cambiaría mi vida…
Escobar la llevó a un gigantesco vertedero de basuras para que conociese su proyecto social Medellín sin Tugurios y explicase cómo vivían los más pobres. ¿Aquel día experimentó usted una especie de conversión?
Así es. Fue lo más maravilloso que un ser humano me había regalado en la vida. Aquel reportaje lo robó la familia de Pablo y lo vendió a todos los medios, cuando era mi propiedad intelectual.
Un vertedero, una cena, algo de cortejo y llegó amor. ¿Por qué se enamoró de él?
Fueron muchas cosas. Primero me salvó la vida, luego borró las deudas de mi compañía, me envió mil orquídeas ¡y me consiguió el divorcio exprés de David Stivel, alguien tan importante en Argentina! (Risas). De todos modos, si no me hubiese amado con esa pasión, no le hubiese dado bola. En ese momento podía escoger al hombre que quisiera. Aunque en las series dicen que me acosté con él al día siguiente, no es verdad.
En aquellos años, usted parecía manejar como marionetas a hombres muy poderosos.
No, marionetas para nada. Los mandaba al demonio cuando me aburrían. No puede una casarse con un hombre al que no admire. Y toda niña de la alta sociedad quiere casarse bien, en Colombia, EE.UU. o España. Pero al ir descubriendo el alma de esos hombres, una se queda aterrada. La esposa de un hombre increíblemente rico es una cómplice o una esclava. Y yo no puedo entrar en esa definición.
Escobar adaptaba su discurso político a la concurrencia. ¿Cree que habría sido un buen presidente?
De haber seguido en el camino de la política, hubiese sido un dictador monstruoso y de extrema derecha. Todos los dictadores alcanzan el poder haciendo creer que servirán a los pobres pero en cuanto lo alcanzan, son de extrema derecha y se ríen del pueblo, aunque digan que son comunistas.
¿Era como lo vemos en la serie Narcos?
Él era bajito y algo gordito, pero no como en las series, donde lo ponen como un gordo asqueroso con panza de gelatina y peluca. Usted puede ver sus fotos en mi libro. Se volvió monstruoso en los últimos años, después de dejarlo, pero cuando lo conocí era un campesino de 32 años lleno de plata por más que esas series de televisión, esos narcoproductos, lo hayan convertido en un dios; en realidad lo trataban como a un pobre diablo y me inspiraba compasión. Lo veía vulnerable frente a los ataques de los medios, los políticos tradicionales y mis exnovios millonarios. Esas ficciones carecen del alma de mi novela y yo no soy como me presentan en ellas, una mujer malvada, mientras que la esposa de Pablo parece una santa. A mí nadie me ha acusado de nada y ella está investigada por lavado de dinero.
Un día Escobar le enseña “el paraíso en la Tierra”, en los confines de la Hacienda Nápoles, y tras volver a declararle su amor, le dice que necesita un misil. Después habla de combatir al Pentágono. ¿Se volvió paranoico?
Aquello fue delirante. Fue la última vez que estuve en la Hacienda Nápoles. Se volvió megalómano por la fama: lo entrevistaban, salía en todas partes, en las portadas… Lo convirtieron en un personaje. Y se volvió realmente paranoico. No puedo jurarlo, pero tras dejarlo, creo que no tuvo quien lo frenase ni aconsejase.
¿Cuándo y por qué decidió abandonarle?
Fue en 1987, cuando creyó que yo iba a irme con Gilberto Rodríguez Orejuela [capo del rival cartel de Cali]. Se le metió eso en la cabeza y empezó a mostrar su verdadera alma. Yo quería un negocio de cosméticos y Rodríguez era dueño de casi todos las empresas de ese género en Colombia, pero Pablo se volvió loco y comenzó la guerra. Lo dejé para siempre porque me aterrorizaba lo que me dijo que iba a hacer, entre otras cosas, contratar a un etarra para enseñarle a poner bombas. La diferencia entre un asesino y un terrorista es la dinamita. Un asesino mata a una persona por equis razón, en este caso, venganza. Pero cuando pone dinamita caen inocentes, niños, ancianos, cae todo. Se volvió paranoico, enfermo de megalomanía y no podía seguir con él. Pablo se volvió un monstruo cuando lo dejé y empezó a usar dinamita.
En su libro revela quién fue realmente el amor de su vida y no es Pablo Escobar. ¿Estaría él ofendido por no haberle dejado más huella?
Yo tengo 68 años y medio y la relación con Pablo fue de cinco años. Una vida larga en una mujer con encanto para los hombres. Antes de que saliera el libro, no había apologías sobre él en los medios de comunicación. Pablo estaba enterrado. No le importaba a nadie. Al publicarse mi libro, aparece la bella y la bestia, antes sólo existía la bestia, y ahora se le relaciona con una mujer bella de clase alta, respetada y con buen nivel intelectual. Desde el cielo debe de estar feliz. “¡Ella me convirtió en leyenda!” Bien, él me escogió para ser su amante pero también su biógrafa.
En el 2006 se vio obligada a salir de Colombia en un avión de la DEA, pues su vida estaba en peligro.
El gobierno estadounidense quería que testificase sobre el cártel de Cali y el de Medellín, sobre el asalto al Palacio de Justicia y el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán. No había ningún otro testigo vivo en ninguno de los tres casos; si yo sobreviví esos años es porque permanecí en silencio. Viviendo ya en EE.UU., en el 2008 el gobierno colombiano exigió que acudiese al consulado para testificar en aquellos dos casos, reabiertos tras publicar mi libro. Cuando me dirigía al consulado, intentaron matarme. Un coche me atropelló y acabé en el hospital. ¿Quién fue el responsable? Creo que intentó acabar conmigo el gobierno colombiano y los medios de comunicación que pertenecen a las familias López y Santos.
¿Quiénes son los que llama “narcopresidentes”?
El primero es Alfonso López Michelsen: por primera vez un cártel, el de Medellín, dio plata para una campaña presidencial. Él es el padre del dueño de la revista colombiana Semana, que me odia a muerte y publica las cosas más horribles. Alejandro Santos, su director, protege a la familia de Pablo; de hecho, el libro de su hijo lo escribió un editor de Semana. El segundo es Ernesto Samper, que recibió ocho millones de dólares del cártel de Cali para su campaña; el escándalo generó el “proceso 8.000” y EE.UU. le retiró el visado. El siguiente es Álvaro Uribe, primo de los Ochoa del cártel de Medellín, que siendo director de Aviación facilitó el narcotráfico mediante permisos y licencias. El cuarto es Juan Manuel Santos, que tiene relaciones con intermediarios de los capos actuales, como J.J. Rendón. Un primo y la sobrina de Santos están al frente de Dynamo, coproductora de Narcos y junto a Javier Bardem y Penélope Cruz, de Loving Pablo, filme del que no han querido enviarme el DVD.
¿Cómo es su vida actual en Miami?
Al abandonar Colombia aparecieron amenazas de todo tipo en internet, como quemarme viva si regresaba al país. Llegaron a ofrecer 100.000 dólares a quien me violase ante una cámara. Todo ello fue decisivo para que me concediesen el status de asilada política. Llegué con dos monedas de 25 centavos y hoy vivo de mi trabajo y las rentas de un apartamentico. Rara vez entro en los medios colombianos a ver qué está pasando, no estoy ya pendiente. Mi nueva tierra es EE.UU., un país duro pero el mejor del mundo para alguien como yo y en el que protegieron mi vida.