La envidia en femenino
Está suficientemente documentado el hecho de que las amistades entre los hombres son muy distintas a las relaciones entre mujeres. En el caso de los primeros, hay una cierta contundencia: o son amigos, o no lo son. En cambio, el mundo femenino adolece de cierta indefinición. La hostilidad se disimula o se camufla.
En una conversación entre dos amigas que se encuentran, no es raro que aparezcan afirmaciones ambiguas. “Tienes el cabello precioso, pero se vería mejor si te lo cortaras”… O “Es magnífico tu trabajo; lástima que nadie lo ha notado”. Finalmente no se sabe si se están exaltando, o se están agrediendo. En la amistad de las mujeres es frecuente encontrar trazos de competencia y, sobretodo, de envidia.
La génesis de la envidia
La envidia no es exactamente sentir aflicción porque otro tiene algo que no poseemos, bien sea un objeto, un estado, o una condición. A veces también se envidia a alguien que incluso no tiene nada. La envidia funciona más bien en la lógica de desear la satisfacción que otra persona experimenta.
Alguien puede tener, por ejemplo, ropa muy modesta. Pero la disfruta. Esto puede hacer sentir envidia a otro que porta vestidos más opulentos. No es que quiera tener el traje del otro, sino que desea experimentar la gratificación que este siente.
Por eso la envidia normalmente opera tratando de “amargarle el rato” a otro. En este caso, a otra. El que experimenta la envidia no tolera ver que el otro está bien, feliz, contento, conforme. Por eso cuestiona su satisfacción y trata de hacerle ver las razones por las que no debe sentirse bien. Incluso va más allá: siente ira y hasta odio por quien se siente feliz.
¿De dónde nace esta pasión? Indudablemente, la envidia surge cuando hay un sentimiento de incompetencia personal y se alimenta, paradójicamente, en el egocentrismo. En el caso de las mujeres, la envidia viene a ser otro de esos lastres culturales, producto de varios siglos de menosprecio y explotación al que ha sido sometido el género.
La envidia femenina La envidia está en el repertorio de los excluidos. No es exactamente una reacción contra la injusticia, porque no se dirige a quien inflige los maltratos, los actos injustos o los gestos de desprecio. Se dirige más bien a alguien que es considerado como un “igual”.
Una mujer común y corriente no siente envidia de Hillary Clinton, ni de Marie Curie. Su pasión se dirige más bien hacia las personas próximas: sus hermanas, sus amigas o sus compañeras de trabajo o estudio. Pero esta envidia, la mayor parte de las veces, no se expresa abiertamente como lo que es. Suele camuflarse en una suerte de reivindicación. “Ella obtuvo el trabajo, pero no lo merecía. Es una completa cretina”.
Así discurren muchos vínculos femeninos, entre la tensión del rechazo mutuo y las fuertes alianzas. Andan juntas para todas partes, pero se destrozarían si tuvieran la oportunidad. Son incluso feministas y utilizan esa condición para odiar y envidiar a las “alienadas” que no piensan como ellas.
Aún así, a diferencia de lo que ocurre con los hombres, la hostilidad entre mujeres suele ser inofensiva en términos generales. Se limita a esos pequeños odios cotidianos, pero rara vez cruza esos límites. De hecho, es frecuente que en los momentos decisivos se imponga la solidaridad sobre el rechazo. Así es la naturaleza femenina.
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