El siglo XXI comienza a parecerse mucho a un 'remake' del siglo XX, con fascistas gobernando muchos países, incluso grandes potencias. Solo le falta el retorno a la lucha armada, aunque la tendencia en las últimas décadas se ha dirigido hacia la extinción de las organizaciones armadas como herramienta de transformación de la sociedad. Sin embargo, aunque en Colombia las FARC comenzaron a despejar ese camino —Acuerdo Final de Paz de 26 de septiembre de 2016–, acaba de anunciarse el retorno a la lucha armada.
De momento, minoritaria, algo más de un 10 % de los exguerrilleros, pues se estima que existen entre 1.800 y 2.100 guerrilleros disidentes en 23 organizaciones y desplegados en 85 municipios.
Iván Márquez —de nombre real Luciano Marín— junto a otros antiguos mandos de la guerrilla ha anunciado en un vídeo la decisión de retomar la lucha armada abandonada hace tres años tras los acuerdo de paz y establecer una nueva etapa. Esta decisión no se puede catalogar como sorpresa, pues el mismo Márquez ya afirmó en alguna ocasión que había sido un error entregar las armas. Las informaciones todavía son frágiles, la noticia todavía está caliente.
Una nueva batalla de la guerra más antigua
Uno de los grandes problemas, actuales e históricos, a los que se enfrenta el ciudadano es la forma en que las élites incumplen los compromisos que adquieren mediante una serie de maniobras y artimañas que terminan preservando su poder, pero perjudican notablemente a la mayoría de la ciudadanía. Pensemos en España y en cómo la falta de rendición de cuentas y la negativa real a repartir el poder en un sentido amplio de la palabra desde la muerte de Franco ha provocado que el país esté irreconciliablemente dividido. Antes la impunidad que la reconciliación sincera. Existen múltiples ejemplos más, pero recapacitemos en cómo lo que debería haber sido una 'transición' en Rusia entre febrero y octubre de 1917 terminó siendo una revolución. De nuevo, fracasaron estrepitosamente las élites en la gestión del poder y, mediante distintas artimañas —cercenando y retrasando las reformas lo máximo posible— se negaron en la práctica a transformar la sociedad como la mayoría deseaba.
El poder, las élites, el Establishment, practican en su beneficio en múltiples ocasiones este tipo de maniobras, aunque ello sea claramente negativo para la mayoría. Lo sucedido en Colombia en estos casi tres años desde la firma del acuerdo de paz es un ejemplo más al respecto: las élites han saboteado la posibilidad de una paz para mantener la impunidad y, en última instancia, el poder. Y ante este sabotaje, ante los más de seiscientos crímenes y las promesas incumplidas, exigen y esperan inacción.
Eso no quiere decir que sea un acierto volver a las armas. La lucha armada es el mayor fracaso en el siglo XXI de los revolucionarios y de las sociedades en su conjunto, puesto que a lo máximo que se puede aspirar es a la perpetuación de la sangría. Al quiste infinito. Porque vencer es poco menos que imposible. La lucha armada en el contexto actual no solo no es una solución sino que es la mayor justificación que el Establishment puede encontrar. Casi un favor. Tanto que en otros países, incluso europeos, no son pocos los poderosos que suspiran por su retorno.
El mundo en general, y Occidente en particular, deben reflexionar profundamente sobre el fracaso de la ONU y otras organizaciones supranacionales en la mediación de conflictos, porque lo cierto es que no siendo ni mucho menos una solución la lucha armada y no defendiéndola en ningún caso, ¿existe una solución? El riesgo es el 'remakeo' total.