Dicen que son como trovadores, que van de pueblo en pueblo repartiendo canciones para regalar alegría. Una alegría que en su último trabajo deciden santificar. 'Si hiciéramos más cosas bailando la vida sería mucho más fácil', declaran. Con esta filosofía, La Troba Kung-Fú presenta su tercer álbum de estudio, 'Santalegria', considerado por la revista Enderrock el mejor disco catalán de 2013.
Después de acceder a un callejón secundario de vida discreta, consigo colarme en el vestíbulo que se esconde detrás de una enorme puerta de madera. Después de atravesar un patio, otra puerta, girar a la derecha y subir dos pisos a través de una inmensa escalera de caracol, llego al lugar del encuentro. París es la única ciudad que conozco en la que un despacho de las dimensiones de la oficina de Ephélide, la empresa de promoción musical en la que he sido citado, puede esconderse tras semejante laberinto. Sorprendida de que haya llegado a su puerta sin haber llamado por teléfono pidiendo auxilio, Marion me presenta a sus compañeras y me lleva hasta la sala donde Joan Garriga, líder de La Troba Kung-Fú, me espera con la expresión algo cansada y acompañado por los restos de lo que fue una bandeja llena de bollería artesanal francesa.
“Por fin te traigo una entrevista en castellano”, dice la encargada de medios online intentando darle una alegría al músico de La Garriga. El rostro de Joan parece relajarse y agradecer la proximidad lingüística. Todavía es mayor la sorpresa cuando le confieso que hablo catalán. Eso sí que no se lo esperaba. Después de cinco entrevistas en francés, en una ciudad frenética a la que ha llegado a pasar un solo día, poder mantener la enésima conversación en tu lengua materna debe resultar como mínimo reconfortante. Quizá por eso, o tal vez por la personalidad cercana de un músico consagrado que carga con varios premios a sus espaldas, el ritmo del diálogo es relajado y próximo, lejos de la tensión y la prisa que muchas veces frecuenta este tipo de actos.
Tengo que confesar que no soy partidario de empezar las entrevistas preguntándole a los grupos qué significa su nombre. Sin embargo, en este caso, resulta inevitable no pedir una explicación. Aunque suene a onomatopeya, La Troba Kung-Fú es toda una “declaración de intenciones”. Y la intención no es otra que convertirse en “buenos trovadores”. La fórmula elegida esconde además una curiosa combinación de conceptos, uno occidental y otro oriental. Por un lado la trova, “una palabra de origen occitano que representa a aquel que con su canto no busca sino encuentra” (en catalán, ‘trobar’ significa encontrar). El segundo, el Kung-fú, arte marcial bien conocida por todos. Aunque según me cuenta, “para los chinos el Kung-fú no está estrictamente ligado a las artes marciales, sino a las artes en general”. “Se trata de asimilar una habilidad en una disciplina artística”, precisa Joan, dándole sentido a lo que se anticipaba arbitrario. Quitándole un poco de hierro al asunto, él mismo confiesa que el nombre “también esconde cierto homenaje a la famosa serie de los 80 y a las películas de serie B, a nuestra parte ridícula”. “Podemos explicarlo todo muy serio, pero siempre hay algo de coña. Como en la vida y como en la rumba”, confirma.
De rumba van sus canciones. O mejor dicho, de “rumbia”, esa mezcla transatlántica de estilos. La “rumbia vallesana” que les define, a ellos y a sus discos. Su último trabajo se llama Santalegria, quizá la única santa a la que encomendarse en tiempos como los que corren. “No hay voluntad de hacer una jerarquía del santoral, pero sí una intención pagana de santificar las cosas que consideramos importantes. La alegría es un estado de ánimo que nos ayuda a vivir, y santificarlo es una manera de declarar que para nosotros es importante”, concluye. Así suena su disco, alegre de principio a fin. Cada canción destila júbilo en cada uno de sus compases, y el discurso de su compositor no hace más que corroborar lo que el sonido insinúa. Porque cuando escuchas su disco no puedes evitar moverte, aunque sólo sea el dedo meñique del pie. Por eso sus conciertos no son de esos en los que un público estático observa con los ojos como platos. “Lo que intentamos es que la gente baile”, confirma. “Al principio nos obsesionábamos un poco con esto, aunque es cierto que también con la edad aprendes que la danza es algo que no tiene por qué ser físico, puede ser mental”, añade excusando a esa parte del público que no suda cuando disfruta de su música. No obstante, afirma que lo que les ha llevado a hacer música es “la sensación festiva de baile”. “Hacemos pocas cosas bailando, si hiciéramos algunas más viviríamos mejor”, sentencia con acierto.
Su música es una mezcla efectiva de sonidos de muchos rincones del mundo. Reconoce que “la música de baile es un lenguaje muy universal”, y que combinada con una lengua minoritaria como es la suya, la mía, han conseguido llegar a lugares tan remotos como Estados Unidos, Marruecos o Siberia. “Somos globales en muchos sentidos, cantamos en catalán porque es nuestra manera propia de expresarnos”, afirma. No excluyendo, sino invitando a degustar el resultado de un ejercicio sincero de creatividad. Aunque uno pueda pensar que los grupos de música festiva tan propios del estado tienden a banalizar el mensaje, estos aspirantes a trovador le dan a las palabras el valor que merecen. “Las canciones nacen de las letras, tiene que haber algo que decir. Estamos hablando de canto, y el canto es verso”.
“Com un joglar, de poble en poble, dono al cantar ofici noble” ('como un juglar de pueblo en pueblo doy al cantar oficio noble'), dice una de sus piezas. Con ese propósito han recorrido medio mundo. Y con ese propósito seguirán, llevando la alegría, sea santa o no, a cada lugar donde haya alguien dispuesto a dejarse llevar por el magnetismo festivo de sus notas.